Más pesadillas para Moratinos, ministro “tercero” de Exteriores

Lo que ocurre es que España cuenta en realidad con “tres” ministros de Asuntos Exteriores. El primero y principal es el propio Rodríguez Zapatero que, además de haberse convertido en el gran timonel de la economía, se ha atrevido también a asumir en primera persona los protagonismos y se está reservando las iniciativas más brillantes en lo internacional.

Lo cual, por cierto, constituye una cierta novedad respecto a su primera etapa como presidente. A aquel Zapatero recién llegado a La Moncloa, que permanecía encastillado entre esas cuatro paredes y no se atrevía a salir de España porque, aparte de su minusvalía idiomática, le agotaban físicamente, y hasta psíquicamente, los viajes y el no dormir en su propia cama, a ese presidente primerizo ha sucedido, en la segunda legislatura, un líder volcado en lo internacional; y casi no para. Lo hace en esa condición de ministro “primero” de Exteriores.

Y el ministro “segundo” es, sin duda, Bernardino León, que desde La Moncloa, como secretario general de la Presidencia y principal consejero del presidente, teje los hilos de nuestra acción exterior, sirviéndose del background de su estancia en el ministerio como número dos. Él mismo ha protagonizado algunas gestiones internacionales, a título de embajador especial y desfacedor de entuertos, como aquel viaje a Washington para recomponer relaciones con Obama, o su intervención en la liberación de las secuestradas en el Chad.

Así que Miguel Ángel Moratinos queda como ministro “tercero” de Exteriores, para aquello que le dejan los otros dos. Sin embargo, nunca se la ha oído quejarse. Por eso Zapatero se siente tan cómodo, y ni se le ocurre pensar en cambiarle por otro.

Moratinos, que, entre quienes le conocen, merece cierta fama de buena gente, sufre estos días algunas nuevas pesadillas profesionales especialmente angustiosas. La principal, el temor a que Aminatu Haidar pueda morir en territorio español. Le quita el sueño a él, y, por supuesto, también al resto del Gobierno, con Zapatero en primer lugar.

Desde el Gobierno consideran que resulta enormemente injusto lo que les está pasando con la activista saharaui. Piensan que pagan los platos rotos de un affaire en el que no estaban concernidos. Y todo empezó porque, siguiendo la tradicional política de “buenismo” que caracteriza al Gabinete, le dejaron colarse en España. Por cierto que, una vez más y como ocurrió con la orden de traer a España a los dos piratas somalíes, tampoco aclara ahora el Gobierno quién dio la orden de que accediera a nuestro territorio. Y, en ese panorama, la última declaración de Haidar, afirmando que “España no hace lo suficiente”, ha sido la guinda.

Así que Moratinos ha sacado las maletas, y el lunes viaja a Washington para pedir socorro a Estados Unidos, principal potencia (que no Francia) en el norte de África, pero sobre todo en Marruecos. El ministro español tiene cita con la secretaria de Estado, la señora Clinton. De todas formas, el asunto no parece sencillo, porque Marruecos “no puede” ceder, tratándose de cuestión tan vital para ellos, y para el propio Mohamed VI, como la soberanía sobre el Sahara.

Y, a río revuelto, el nuevo líder de Izquierda Unida, el comunista confeso Cayo Lara, ha buscado también su minuto de gloria, enviando a don Juan Carlos una carta para que medie. Seguido a continuación de la enorme descortesía, por segunda vez porque ya lo hizo con la audiencia que le concedió en La Zarzuela, de revelar la respuesta del monarca. Pero, en todo ello, lo que causa perplejidad es que una persona y un partido que declaran que, no sólo no creen en la figura del rey, sino que lo que buscan es derrocarle, se atreva a pedir su mediación. Inconsecuencia se llama esa figura, cuando no rostro de pedernal.

El Gobierno ha bloqueado cualquier posibilidad de intervención de don Juan Carlos, con el argumento de no implicarle en gestiones que “no tienen garantías de éxito”. Decisión chocante porque, por ejemplo, el rey ha sido mediador en el contencioso entre Argentina y Paraguay por la construcción de unas papeleras en territorio uruguayo, y desde luego, como se comprobó, no existían “garantías de éxito”. La Moncloa tendría que haber buscado excusa distinta.

 

Otra pesadilla sobrevenida para Moratinos es la suerte de los rehenes españoles, secuestrados en Mauritania y trasladados a Mali. Por cierto que como tales, como españoles y no como “catalanes”, los han calificado los captores de Al Qaeda. Y es que, en casos extremos, igual que ocurrió con los atuneros vascos, por lo visto el paraguas de España les es más protector que las respectivas nacionalidades.

Y, entre pesadilla y pesadilla, el balance de nuestra política exterior se nos antoja muy poco brillante. Hemos perdido lustre, influencia y poder en casi todas las áreas donde tradicionalmente pintábamos algo. Y hasta hay algunos que nos chulean. Por ejemplo Gibraltar, que un día sí y otro también se dedica a detener guardias civiles. Por ejemplo Argentina con su peligrosa animosidad hacia las empresas españolas que trabajan allí. Y así seguiríamos.

Claro que, teniendo en cuenta que es el ministro “tercero” de Asuntos Exteriores, a Miguel Ángel Moratinos no habría que pedirle todas las cuentas de lo que nos duele. Él tiene por delante al número uno. Y después al número dos.

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