Mucha Grecia

Grecia se ha convertido, desde el pasado domingo, en el centro de Europa. Un protagonismo que la nación helena no conocía desde la época clásica, con sus monumentos y sus grandes filósofos. Ahora, sin monumentos y sin  filósofos,  Grecia y los griegos se han convertido en el eje de Europa, en protagonistas de cabildeos políticos y, lo que es peor, en el susto de casi todos.

Hay que reconocer que la llegada al poder de Syriza y su líder Alexis Tsipras, es como para que cunda un cierto desasosiego y, la prueba evidente es que los primeros en inquietarse han sido los propios griegos que se apresuran a poner sus ahorros a buen recaudo, fuera de tentaciones nacionalizadoras.

Pero no es para tanto salvo que admitamos que Europa  es mucha menos Europa de lo que nos dicen, porque no parece lógico que una estructura política y económica de la envergadura de la Unión Europea, se tambalee por la llegada al poder de una formación política, más o menos disparatada, cuya gestión está lastrada por una deuda ingente, por el descrédito internacional y por una población desmoralizada. Un gobierno, el griego, que va a tener que pasar, lo quiera o no Tsipras, por la ventanilla de Bruselas

Tal parece que estamos ante la debacle de una de las potencias europeas. Ni cuantitativa ni cualitativamente encajan los miedos, ni los recelos, ni el rasgarse las vestiduras ante lo que ha pasado en Grecia.

Una de dos, o los dirigentes europeos no se creen sus propios mensajes de fortaleza y unión, o lo que quieren es asustar al personal con el famoso lobo que aún no sabemos si va a llegar alguna vez.

España es el mejor ejemplo de lo que ocurre en Europa y son continuas las voces que se alzan para que nos miremos en el espejo de Syriza y de Tsipras a la hora de valorar a Podemos y a Pablo Iglesias.

El consuelo de ‘España no es Grecia’, aun siendo verdad no puede ocultar o el miedo a la propia debilidad o el interés por  poner vendas dónde todavía no hay heridas.

Porque a lo mejor no es para tanto.

 
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