Obama gana los ‘caucus’ de Palas de Rei y, gracias a la discreción de José Blanco, ya es candidato a la presidencia de USA.

Hacía tiempo que no escuchábamos una tontería del calibre de la que pronunció el político gallego. Ni el mismísimo José Blanco había dicho nada semejante a aquello de: ‘No confesé antes mi simpatía por Obama para no interferir en el proceso de elección’. No es que la frase deba pasar a las antologías del disparate, es que tiene que ponerse al frente de la antología de antologías del despropósito.

Y dale la manía. Como diría Joan Manuel Serrat, ‘niño deja ya de j… con las declaraciones’.

Pero no escarmientan. Algo de caso ha debido de hacer el presidente del Gobierno a José Manuel Lara. En aquella conversación a micrófono cerrado, pero de la que se enteró todo el mundo, el editor le dijo a Rodríguez Zapatero algo parecido a ‘tú no te quemes, que se quemen los ministros…’ Y desde ese punto y hora los miembros del Gobierno de España, quienes desde la ‘promesa de Gadea’ –en eso se va a quedar para regocijo de Llamazares la histórica Jura de Santa Gadea- no habían dicho este ministerio es mío, han comenzado a ejercer y ya no se reprimen cuando ven un micrófono, y así pasa lo que pasa.

Magdalena Álvarez vuelve a regocijar a sus señorías, esta vez a base de las obras en las que siempre hay polvo. Y la ministra de Vivienda, Beatriz Corredor, nos ilustra del buen momento por el que atravesamos los que queremos comprarnos piso. Y Miguel Sebastián se lía la manta a la cabeza –se la deslía rápidamente Solbes- y se pone a regalarnos coches que no contaminan y kilowatios por un tubo, y hasta nos va a llenar las playas de jubilados europeos, que esos sí que son jubilados y no los autóctonos.

Y Miguel Ángel Moratinos nos ilustra sobre lo bien que van seguir yendo nuestras relaciones con los Estados Unidos y con la nueva Administración de Washington, aunque hace la salvedad de que son ‘los ciudadanos americanos quienes tienen que decidir quién será el nuevo inquilino de la Casa Blanca’. Vaya jarro de agua fría que ha vertido el ministro de Asuntos Exteriores sobre los ciudadanos de Palas de Rei.

Y Solbes,  inasequible al desaliento, sigue con su salmodia providencialista. El paro sube, pero la economía va bien. La inflación se dispara, pero la economía  va bien. Los taxistas se encocoran, pero la economía va bien. Comienza a faltar pescado en los mercados, pero la economía va bien. Crecen las cifras de morosos, pero la economía va bien. Y eso, sin que se haya besado con Berlusconi como Rodríguez Zapatero, que si Pedro Solbes con su sex appeal y su carga de erotismo soterrado llega a besarse con ‘il cavaliere’ no sabemos lo que hubiera ocurrido ni en qué galaxia estaría ahora nuestra economía.

Porque los políticos son seres de otra galaxia, o al menos lo parecen. El espectáculo del Partido Popular en Valladolid fue de otra galaxia, es decir, de extraterrestres; es decir, de los que no se enteran; es decir, de los que parecen que no quieren enterarse; es decir, de los que no quieren que nos enteremos los demás.

Claro, que para eso hay políticos populares como Alberto Núñez Feijoo que se descuelga con una frase que parece sacada de un libro de Kafka: ‘Rajoy o la nada’. Pues qué quiere que le diga…

La única que mantiene una línea mínimamente coherente –que le dure- es Rosa Díez. Ella solita está dando fuste a la legislatura, a la que por cierto aún no ha llegado un solo papel en forma de proyecto del Gobierno, con iniciativas como la de considerar víctimas del terrorismo, pura y simplemente a los que lo son, a los que tienen que ir con escolta, a los que están amenazados, en una palabra, a los que viven con el miedo pegado al cuerpo. Y así le va a su partido, que ha subido en las encuestas del 1,2 al 2,6, que aunque sea a costa de la que está cayendo a los populares, tiene su mérito y es más que significativo.

 

Pero el que una vez más se sale es Juan José Ibarretxe. Se sale de salirse, de marcharse, de hacer mutis, de darse puerta, que diría un castizo. Ahora ha acuñado el concepto de que si los vascos y vascas le dicen que no, pues él se va a su casa, se sale de la escena y no pasa nada. Hombre, sí que pasa. Y, visto lo visto, ¿por qué no se va ya y nos ahorramos alguna que otra visita a La Moncloa?

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