El truco de la ONU

Fue un ilustre español, don Salvador de Madariaga, uno de los impulsores de la Sociedad de Naciones que es el antecedente directo de la actual Organización de las Naciones Unidas. La tradición española siempre ha estado presidida por un gran respeto a las decisiones y resoluciones de la ONU y cuando aquello del “boicot” al franquismo y la retirada de embajadores, los españoles se sintieron heridos en lo más vivo.   Cuando llegamos a ser miembros de pleno derecho -y no digamos nada cuando nos ha tocado formar parte del Consejo de Seguridad-, ese reconocimiento internacional fue nuestro espaldarazo en eso, tan cursi, que se ha dado en llamar el concierto de las naciones.   Con motivo de la resolución de las Naciones Unidas por la cual se envían cascos azules al Líbano, en cuya fuerza de interposición participa España –participación que ha sido aprobada por unanimidad por el Congreso de los Diputados- el Partido Socialista y sus máximos responsables, léase José Luis Rodríguez Zapatero y José Blanco, se han llenado la boca afirmando que ahora sí se trata de una intervención legal y que nuestros soldados van al conflicto entre el Líbano e Israel con todas las bendiciones de la ONU.   Hacen hincapié ambos políticos socialistas en ese ahora sí. No es como el envío de tropas a Irak, que todo el mundo sabe que fue ilegal, un capricho imperialista del Presidente de los Estados Unidos al que se sumó José María Aznar en la nefasta foto de las Azores junto a George Bush y a Tony Blair.   Bien está –es lógico- que el Gobierno Socialista y su partido quieran justificar esa misión de paz, pero con independencia de que lo de paz es muy relativo e incluso francamente inverosímil, no deja de ser paradójico ese respeto casi reverencial que nuestro Gobierno tiene -y quiere que tengamos- por las decisiones de una organización cuya inoperancia y cuyo desprestigio han alcanzado, con su actual Secretario General, cotas insospechadas hace pocos años.   Desde los años en que las cuotas eran sistemáticamente desatendidas por gran parte de los países miembros y los Estados Unidos se hacían cargo de costos más o menos justificados, hasta los tiempos en que la ONU era poco menos que una sucursal del Pentágono y de la Casa Blanca, ha llovido demasiado sobre la política internacional como para que ahora la patente de legalidad y de autenticidad de una intervención de nuestros soldados sea –única y exclusivamente- un mandato expreso de las Naciones Unidas.   No estaría mal que, con todo lo que se les avecina en política internacional, tanto José Luis Rodríguez Zapatero como José Blanco fueran buscando otras coartadas.

 
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