Políticos sobrecogedores

Corría el año 2004. Mediados del mes de junio. Rueda de prensa en Moncloa. La protagonista del acto era la entonces portavoz del Gobierno: María Teresa Fernández de la Vega. A su lado comparecía la ministra Cristina Narbona.

Finalizaba ya la ronda de preguntas, había que terminar y la vicepresidenta intervino muy firme: “La última, la última. Por ahí”. En ese momento, discretamente, Narbona se inclinó sobre ella y, mientras señalaba a otra parte de la sala, le susurró: “Por allí nos miraban”.

Entonces, un micrófono indiscreto inmortalizó para siempre la memorable respuesta que quedó para la historia: “Sí, pero por allí son muy peligrosos”.

Aquel día, De la Vega clasificó a los periodistas en dos grandes grupos: los de confianza y los peligrosos.

Recuerdo una columna de Jaime Campmany publicada por aquellas fechas en la que comentaba esta escena. El veterano periodista de ABC se explayaba, desde la atalaya que dan los años, sobre ese grupo de profesionales áulicos, de cámara, siempre dispuestos al servicio. Los llamaba “sobrecogedores” no porque provocaran ningún sobrecogimiento, sino porque cogían el sobre con toda naturalidad.

Ahora se pone el foco sobre los políticos. Ellos contaban con la confianza de todos los españoles y ahora, viven sus cotas más bajas de popularidad. Por sobrecogedores.

Luis Bárcenas aseguraba ayer, rotundo, que es inocente: “faltaría más”. Se comprende por qué los ciudadanos consideran que los políticos están tan desprestigiados, hasta el punto de verlos como uno de los primeros problemas de este país.

Creo que ya describí la impresión que me causó escuchar una vez, en boca de una señora honorable y distinguida, el siguiente chiste:

Un matrimonio de extranjeros llega a Madrid para hacer turismo y se dirige a la zona del Museo de arte Thyssen-Bornemisza, en el Paseo del Prado. A la salida, satisfechos, deciden poner rumbo al Hotel Palace y comienzan a subir por la Carrera de San Jerónimo pero por la acera de enfrente.

 

Sin embargo, al llegar a la altura del Congreso de los Diputados, se detienen asustados por las voces que escuchan en su interior:

-- ¡Ladrón! ¡Corrupto! ¡Ratero! ¡Delincuente! ¡Bandido! ¡Estafador!

La perplejidad de la pareja es tal, que deciden acercarse al ujier que permanecía en la puerta impertérrito, sin perder la compostura y mirando al infinito.

--Oiga, ¿pasa algo ahí dentro?

--No, no. No se preocupen señores –les advirtió como si tal cosa. Es únicamente que están pasando lista.

La burla resultaba doblemente chocante, como digo, en boca de una dama tan respetable y solemne.

Quizás la convicción del escaso nivel de nuestra clase política está calando ya en toda la sociedad española.

Más en twitter: @javierfumero

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