Para evitar la perpetuación de la cruenta guerra civil en Siria

Pero se alargó durante tres crueles años por el empecinamiento propio y la cooperación internacional recibida en ambos bandos.

Con las debidas matizaciones, algo semejante ha ocurrido en Siria: la inicial revuelta contra el régimen de Assad, en la etapa de la llamada primavera árabe, a la que no fueron ajenos algunos servicios de inteligencia occidentales, se ha convertido en cinco años de guerra civil. Estos días se publican balances de la contienda en la prensa, con datos espeluznantes. Como ha sucedido en otros lugares conflictivos, en África y en Oriente medio, muchas víctimas son ciudadanos cristianos pacíficos. Se les ha atacado, incluso, como si fuesen colaboracionistas con regímenes autoritarios, justamente porque eran una minoría valorada y respetada.

Se comprende el enfado del arzobispo sirio Jacques Behnan Hindo, cabeza de la Archieparquía siro-católica de Hassaké-Nísibis, ante las declaraciones del secretario de estado de EEUU, John Kerry, que pide ahora calificar como genocidio a las diversas formas de brutalidad y opresión realizadas por militantes del autoproclamado califato islámico contra los cristianos y otros grupos minoritarios. Daesh (acrónimo árabe para el EI) sería responsable de genocidio contra grupos en las áreas bajo su control, incluyendo a yazidíes, cristianos y musulmanes chiitas. “Daesh -sentencia Kerry- es genocida por autodefinición, por ideología, y por sus acciones, en lo que dice, por lo que cree y por lo hace”.

Para el arzobispo Hindo, se trata de “una operación geopolítica”, que “instrumentaliza la categoría de genocidio para sus propios intereses”. Conoce bien el problema, porque realiza su labor pastoral en las zonas más conflictivas de Siria nororiental, y lo resume a la agencia Fides en estos términos: “la proclamación del genocidio se realiza orientando la atención hacia el Daesh y censurando toda la complicidad y los procesos histórico-políticos que llevaron a la creación del monstruo yihadista, desde la guerra librada en Afganistán contra los soviéticos mediante el apoyo a los grupos islamistas armados. Se quiere borrar de un golpe los factores extraños que dieron lugar a la aparición repentina y anómala del Daesh. Mientras que sólo hasta hace poco, Turquía y Arabia -países aliados de los Estados Unidos- presionaban para que los yihadistas de Al-Nusra tomasen distancia de la red de al Qaeda, con el fin de ser clasificados y tal vez incluso ayudados por Occidente como 'rebeldes moderados'...”

Por otra parte, el arzobispo considera engañoso presentar a los cristianos como víctimas exclusivas o prioritarias de los islamistas del Daesh: “Esos locos matan a chiítas, alawitas y también a todos los sunitas que no se someten a ellos”. De los muertos en el conflicto, los cristianos “representan una mínima parte. Y en ciertos casos se les permite escapar o pagar la cuota de sumisión, mientras que para los no cristianos sólo queda la muerte”.

Washington parece haber adoptado su postura como reacción ante el creciente protagonismo de Rusia en la región, también desde el punto de vista de protección de las minorías cristianas. Mons. Hinto lamenta esta aparente “vuelta al siglo XIX, cuando la protección de los cristianos de Oriente Medio era un instrumento de las operaciones geopolíticas para aumentar la influencia en la región”.

Entretanto Putin ha ordenado retirar la mayor parte de sus tropas en Siria, porque considera que la intervención ha alcanzado sus objetivos; intenta ahora redoblar esfuerzos en las negociaciones de paz, aunque mantendrá sus bases y su capacidad aérea para controlar el cumplimiento del alto el fuego. Como es natural, el presidente Bashar el Asad ha agradecido a Rusia la ayuda prestada en la “lucha contra el terrorismo” y la asistencia humanitaria a civiles. La decisión de Moscú puede obligar al régimen de Assad a negociar en serio, y no excluye la posibilidad de su relevo, si quedan a salvo los intereses rusos en la región, de carácter económico y estratégico.

A pesar de sus diferencias, Estados Unidos y Rusia comparten el interés de evitar que Siria se convierta en una república islámica de terror o se divida en zonas de influencias diversas. Por eso, Washington y Moscú deben trabajar de veras presionando a la oposición y al presidente Assad hacia la transición a un gobierno de coalición. En ese objetivo coinciden Irán y otras potencias regionales.

De una población de 22 millones de habitantes, se estima que han muerto casi trescientas mil personas -la tercera parte, civiles-, hay al menos millón y medio de heridos, la mitad de los sirios han perdido o han huido de su hogar y están refugiados dentro y fuera de sus fronteras, muchos con apenas una mochila por los caminos de Europa. Todo puede y debe cambiar si las conversaciones de Ginebra consiguen transformar la actual tregua en acuerdos de paz, aunque el yihadismo quede relegado por ahora a las zonas desérticas más despobladas.

 
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