Alteridades mutuas

Una perspectiva temporal más amplia irá afinando y refinando las miradas teóricas desde disciplinas diversas sobre la sociedad, llamémosla reticular, cimentada en Facebook y aplicaciones similares. De momento, los análisis en torno a un fenómeno tan nuevo –no alcanza los seis años– suelen tener la fiabilidad en entredicho porque surgen con dos limitaciones habituales ante lo que es aún incipiente y prometedor: por una parte el deslumbramiento del hallazgo mismo, la ofuscación admirativa que impide ver nítido mientras las chiribitas no se hayan disipado; por otra parte, ese optimismo fogoso comparable al del pionero que acaba de colonizar una tierra y desea convertir en vergel lo que acaso da solo para huerto ralo. Hay quien, con tal espíritu, augura por ejemplo una democracia que se filtrará necesariamente y por completo a través de los poros de las redes sociales. Démosle tiempo al tiempo.

En esas revisiones que vengan acerca de los aportes que haya traído la cultura de lo reticular, deberá atenderse muy en especial a su condición de herramienta para construir la identidad y la memoria, personales y colectivas. Desde un punto de vista utilitario para el sujeto registrado, con camino expedito tras introducir correo y contraseña, es claro que la noción «amigo» de estas redes se despliega en las tres dimensiones temporales. Hacia el presente y hacia el futuro, como contacto que facilita un posible beneficio de diversa índole, normalmente reductible a ocio o a negocio, por simplificar. Hacia el pasado, como búsqueda de testimonios que corroboren o rectifiquen, que completen en cualquier caso, las vivencias propias que de algún modo se hayan compartido. Creo que esta es una clave fundamental –no sé si efectivamente valorada más allá de lo intuitivo– para comprender la amplia y rápida expansión de las redes sociales.

Cuando se busca el paradero de una vieja amistad, con esa interpelación cortés y necesaria del «¿qué tal te va?», lo en realidad suele estar diciéndose –con un egotismo lógico y no censurable, pero vergonzante aun así– es «¿qué tal nos fue?». Más aún, «¿qué tal me fue?, ¿cómo era yo y qué hacía por aquel entonces en que nos tratábamos?». Y como corolario, subyace también un «refréscame la memoria, cuéntame las anécdotas que no recuerdo, envíame las fotos que no tengo». Hay algo muy profundo en ese mensaje que se recibe inopinadamente de alguien lejano y acaso olvidado. Es el haber vivido en común, el llevar en nuestro ser una parte del ser de los demás, y ellos, porciones del ser que fuimos. La identidad y la memoria, personales y colectivas, constituyen una red –social– de mutuas alteridades.

 
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