Dimensiones de un etcétera

Hay un etcétera expeditivo, que recurre a la economía de medios para evitar enumeraciones consabidas (a, ante, bajo, etcétera), y hay otro elegante y pudoroso con el que se elude lo que eludirse debe (el que quiera peces, etcétera). Ambos son saludables, y manifiestan el buen criterio de quien los emplea. Sin embargo, está también ese etcétera de ignotas dimensiones, de lindes imprecisas, de espacio no acotado, ese etcétera al socaire del cual se sitúa el hablante que soslaya el rigor o el compromiso en su enunciado: es el etcétera unas veces de quien no sabe, y otras el de quien no contesta.

Tiene esta reflexión su origen en algo nimio para el común de la especie, pero engorroso para quien esto escribe y para cuatro o cinco más de sus congéneres. Suponga el geógrafo que en sus manuales se dijera que los continentes son África, América, Asia, etcétera. ¿Y Europa? ¿Y Oceanía? ¿Y Antártida? ¿Son seis en total, o no? Puede, según algunos autores –aunque no haya consenso–, sin que se descarte la inclusión de otras tierras emergidas. O imagine el traumatólogo que su vademécum enumerase de este modo los huesos del cráneo: frontal, temporal, occipital, etcétera. ¿Y el parietal? ¿Y el etmoides? ¿Y el esfenoides? ¿Son también seis, o qué? Bueno, más o menos: unos científicos alargan la lista y otros la acortan.

Pues bien, el filólogo no sabe a ciencia cierta –si es que la lingüística contiene cierta ciencia– cuántos tipos hay de complementos circunstanciales. Las gramáticas y los libros de texto suelen mencionar los de lugar, tiempo, modo, incluso los de cantidad, causa, intrumento y compañía, y a partir de aquí –si no antes– ya recurren a los puntos suspensivos o al etcétera. ¿Y el de materia? ¿Y el de duda? ¿Y el de finalidad? En unos lugares se incluyen y en otros no. Dirá el lector que vaya ganas de marear la perdiz, que seguramente nadie haya sufrido nunca desarreglos cardiacos por una cuestión como esta. Y será cierto, pero como docentes de la lengua preferimos pisar sobre seguro, y más teniendo en cuenta que esta materia –con el correspondiente análisis sintáctico– es obligatoria en las pruebas de acceso a la universidad.

Puesto que no nos gustan en la teoría los vagos etcéteras ni queremos en la práctica que se pierda un solo decimal en la nota de un alumno por un quítame o ponme allá ese complemento, esperemos que esta cuestión aparezca convenientemente clarificada en la nueva Gramática que prepara la RAE, de pronta aparición. Desde la última comparecencia en el 73 con el Esbozo, tiempo han tenidos los académicos para elaborar una clasificación completa y definitiva de todos los circunstanciales. Si en este apartado recurren al socorrido «entre otros», a los puntos suspensivos o al dichoso latinismo que nos ocupa, habrá que afear a los ínclitos prohombres del idioma esa falta de diligencia con un «consejos vendo», para proferir a continuación un enorme, henchido y justiciero etcétera.

 
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