Entrenando

Se ve venir. Mariano Rajoy está a punto de ser proclamado Presidente del Gobierno. No pretendo valorar el acontecimiento políticamente. Sólo deseo ayudarle a hacerse desde hoy a las nuevas hechuras presidenciales. Es mejor llegar entrenado a La Moncloa, que recibir el impacto de la realidad. Estas son algunas recomendaciones básicas. Tome nota.

Mi consejo es que desde mañana mismo se asome al espejo del baño ataviado con sus nuevos trajes presidenciales y dirija un par de discursos a la nación o al Congreso. Lo importante es que entrene la entonación y que aguante al menos cinco minutos de conferencia. Si no sabe qué decir, improvise cualquier cosa sin sentido. Y si no le sale nada, eche mano del bote de espuma de afeitar o lo que tenga cerca, y lea sin perder la compostura. Empiece según las fórmulas habituales y luego siga por donde le apetezca. “Señor Presidente, Señoras y Señores diputados. Una vez humedecida la cara con agua caliente, extiendan la espuma uniformemente sobre la barba. Esperen unos instantes y comiencen el afeitado. (…) Y no lo olviden, Señorías, suspendan de inmediato su uso si aparece alguna irritación. Muchas gracias”. Pídales a sus colaboradores más cercanos que simulen grandes aplausos al término de su intervención. Hagan el gesto de la victoria con los dedos. Den pequeños saltitos agarrados de los hombros. Si su discurso desata la euforia, oprima fuertemente el botón del spray, y rocíe alegremente a todos los presentes. No se preocupe. En el futuro, este tipo de desperfectos los resolverá el servicio.

Además de la oratoria es importante manejar bien el lenguaje gestual. Para practicarlo puede realizar el siguiente ejercicio: Túmbese sobre la moqueta del despacho. Con ayuda de una espátula, retire previamente todos los asesores adheridos a ella. Aproveche que desciende a las bajuras para asegurarse de que la alfombra está fabricada en Taiwán y no en la cuesta de las Perdices, no sea que le alegren la Presidencia antes de empezarla. Una vez en el suelo, sitúese boca arriba, y trate de llevarse el dedo índice hasta la punta de la nariz con los ojos cerrados. Después pruebe a llevarse la nariz hasta la punta del dedo índice con los ojos abiertos. Finalmente intente llevarse la punta de los ojos hasta el centro del dedo índice con la nariz abierta y agarrándose al mismo tiempo la oreja opuesta. Repita el ejercicio diez veces. Ahora deje de hacer el bobo y póngase a trabajar.

Llegado el momento, no se derrumbe ante los resultados. Tras la jornada electoral, puede estar seguro de que ha ganado, si le llaman, uno tras otro, todos sus enemigos para felicitarle y decirle que es usted magnífico. En cambio, puede estar seguro de que ha perdido si los que le llaman son los suyos diciéndole que, a pesar de todo, usted siempre será su Presidente. Salga lo que salga en las urnas, comparezca descamisado, eufórico y colorado, y grite como un poseso que ha ganado las elecciones. Rocíe a la prensa con champán. Aprovechando la confusión, ponga en marcha su mudanza a La Moncloa esa misma noche. Convoque un consejo de ministros, baje los impuestos, encienda las luces en las autopistas, cierre el grifo del despilfarro a las autonomías, destruya media docena de ministerios inútiles, y haga tres o cuatro locuras más. Lo que le de tiempo. Si le niegan la victoria y deciden expulsarlo del palacio, al menos, que le quiten lo bailado.

Por último, si piensa de verdad pasar una buena temporada en La Moncloa debe saber que el famoso síndrome existe y que es inevitable. Es fundamental conocerlo y dominarlo cuanto antes. Lo mejor es que lo asuma desde ya y empiece a comportarse como si estuviera bajo sus efectos. Este síndrome es la adolescencia de los presidentes. Así que haga lo que le parezca y no dé explicaciones a nadie. Reúnase con Obama enfundado en un traje de neopreno. Llegue a casa a la hora que le plazca. Traicione a sus amigos y padrinos políticos. Llame a los medios de comunicación hostiles para amedrentarlos. Destituya a un par de ministros. Como todavía no los tiene, puede destituir a los que pensaba nombrar después de su investidura. Dígales que es por su bien. Tome alguna decisión extravagante que no haya adoptado antes ningún presidente. Comparecer ante la prensa internacional en bermudas bajo los efectos de quince daiquiris es original y rompedor, pero no sé si se le habrá adelantado Hugo Chávez. Pruebe con un solo daiquiri y, si ve que los periodistas se ríen, vaya subiendo el número de cócteles. Cuando crea que está a punto de declararle la guerra a los franceses entre risas histéricas, beba un último sorbo, y despida de urgencia la comparecencia de prensa sin responder a las preguntas de los periodistas. Como cuando estaba en la oposición.

Con esto, ya está usted preparado para gobernar España. Pero si alguna vez le falla la confianza, consuélese pensando que es imposible hacerlo peor que alguno de sus antecesores. Hubo uno que rompió el listón. Adivine.

 
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