Uranio enriquecido

Existen tres maneras de prefigurar los compases iniciales de un conflicto cuando se desea que éste estalle: una primera consiste en ir por las bravas y proclamar la ofensa con abierta explicitud; otra pasa por edulcorar las aviesas intenciones propias mediante el recurso a la media verdad tolerable, que oculta la otra media intolerable; la tercera resulta de la síntesis de ambas, una mezcla de bravuconada y artería, de provocación y estratagema. Así es como se está conduciendo el presidente de la República Islámica de Irán, Mahmoud Ahmadineyad. Los cientos de miles de conciudadanos que abarrotan las calles de Teherán para mostrarle su apoyo están encandilados con sus proclamas antiocciodentales y antisemitas, pero a cualquier mentalidad no aquejada de fanatismo lo único que deberían producirle es repugnancia. El paniaguado de los ayatolás declaró que hay que borrar del mapa el Estado de Israel –a lo que su país lleva años contribuyendo generosamente mediante la financiación del movimiento terrorista Hizbolá– y en el colmo de la desfachatez llegó hasta el punto de negar el Holocausto. Con tales antecedentes, es obvio pensar que la retirada de los precintos que sellaban hasta hace unos días las centrales nucleares iraníes, anticipa un futuro ominoso de amenazas. Según las autoridades del régimen no hay nada que temer, porque el uranio va a enriquecerse con fines exclusivamente civiles y no, como se teme, para desarrollar una bomba atómica. Puede. El problema es de credibilidad: cuando un sujeto de mala catadura e insulto fácil saca la navaja, pocos llegan a tragarse que lo hace para pelar la mandarina que lleva en el bolsillo. Y para pelar la mandarina, o sea, para abastecer de energía a su población, Ahmadineyad cuenta con unas reservas petrolíferas nada escasas. ¿Tanta falta le hace el enriquecimiento de uranio? La comunidad internacional ha empezado a reaccionar, y el primer ministro británico pidió este miércoles que se eleve el caso al Consejo de Seguridad de la ONU para imponer las sanciones correspondientes. Ante la necesidad de tomar una decisión, Tony Blair afirmó: «Obviamente, no descartamos ningún tipo de medida». Ésa es la actitud correcta. Por si llegara a hacerse necesario un posible recurso último a la fuerza, aprovechemos este momento para retener en nuestra memoria los ecos aún recientes de las infames declaraciones de Ahmadineyad, antes de que algunos emprendan su canonización e intenten confundirnos con sus jeremiadas del «pobre uranio rico». Ya el año pasado, Le Monde Diplomatique llevaba en portada el artículo «Irán en el punto de mira», de Ignacio Ramonet, ese especialista en equivocarse de enemigo. Yo tengo claro mi bando: el Occidente de las libertades. Siempre.

 
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