Estar

El estar se sobrevalora. El estar, el ir a estar y el haber estado. No me refiero al bienestar ni al malestar, contingencias del cuerpo y acaso del alma, sino al estar a secas, a ese saturar con la presencia física una porción de espacio equivalente a la forma y al volumen de cada uno. Desde esta elemental perspectiva se desmitifica bastante el viaje, que no consiste sino en el traslado de un bulto en sentido estricto –inanimado o animado, grupo este último al que pertenece la mayoría de las personas– desde un punto A hasta un punto B, normalmente con retorno posterior al punto A, que suele denominarse residencia habitual. Así pues, el que ha viajado ha estado, el que viaja está y el que va a viajar va a estar. De esto no cabe duda. Deducir, sin embargo, que no haber viajado es no haber estado –y, en fin, sus correlatos presente y futuro, por no repetirme tanto–, se me antoja ya más problemático.

Uno de los universales que permanecen inalterados es esa restrictiva idea volumétrica del estar, pese a que cada vez disponemos de más elementos para revisarla. «¿Has estado en Argentina?» El interlocutor responde sin dudarlo: «No, no he estado todavía». No ha traspuesto su frontera, no ha llegado a pisar suelo argentino, a sobrevolar su espacio aéreo ni a navegar por sus aguas jurisdiccionales. Pero se ha trasladado hasta la pampa con los versos del Martín Fierro. Pero ha deambulado por sus ciudades y sus carreteras en los cuentos de Cortázar. Pero ha visto –visto– esas mismas ciudades y carreteras en un buen número de películas. Pero ha escuchado y sentido las dulzuras amargas del tango. Pero un amigo porteño le refirió una vez de viva voz los tiempos de plomo y patotas. Pero ahora mismo, si quiere, busca en Internet un callejero fotográfico o una de las webcams que registran y emiten en directo el estado de la circulación en Buenos Aires. «¿Has estado en Argentina?» El interlocutor ya duda: «Bueno, he estado y no he estado».

La reducción del estar a un simple asunto de coordenadas en el espacio presupone que el ser humano tiene muy poco amor propio. Ateniéndonos a lo expuesto, cualquier guijarro de una callejuela de San Miguel de Tucumán está en Argentina con mayor intensidad de lo que podrá estarlo nunca nuestro interlocutor del ejemplo aducido mientras no se adentre físicamente en su territorio. Según el concepto por completo deíctico del estar, ni la imaginación ni los aportes de la cultura ni más recientemente los de una tecnología cada vez más afinada, es decir, tres de los elementos que nos singularizan como especie privilegiada, racional, aportan gran cosa. Sin viaje no hay estancia, sin traslado no hay sino ausencia. El estar se sobrevalora. El estar, el ir a estar y el haber estado. El caso es andar por el mundo haciendo bulto. 

 
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