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Tampoco de senadores y senadoras, que son todos ellos muy respetables y gozan además de una gran belleza e inteligencia, tanto interior, como con vistas a la calle. No hablaré de Alfredo, ni de Pérez, ni de Rubalcaba, político sincero y fiable donde los haya; ni de Rajoy, hombre decidido y valiente. No mencionaré a Zapatero, probablemente, el mejor presidente de la democracia, ni citaré a Aznar, que siempre se ha caracterizado por su alegre defensa de la pluralidad mediática. Tampoco hablaré de Leire Pajín, filósofa de raza con gran experiencia teológica, y gran amante de la libertad de prensa.

Hoy no hablaré de los que se pasan la noche de fin de año animando la velada con sus agradables matasuegras, porque sin su simpatía arrolladora el mundo sería un lugar triste y gris. No mencionaré a los que trajeron el reggaeton a España, porque gracias a ellos podemos menear ordinariamente el culo en cualquier sarao. Ni loco escribiré sobre los que creen que la playa es un estadio olímpico, ni sobre las que confunden las tumbonas de piscina con un plató de la telebasura, que con tanto brío amenizan la jornada al resto de los bañistas con sus amoríos estivales. No criticaré la vieja costumbre española de celebrar despedidas de soltero, siempre tan elegantes, sutiles y entretenidas.

Tampoco voy a hablar de Wikileaks, gran fuente de sabiduría independiente, que hace tambalear a todos los gobiernos por igual, y de cuya información sólo se está beneficiando la verdad y la libertad. Bajo ningún concepto criticaré nada que tenga que ver con el idioma español, que se emplea en España con absoluta libertad, que se puede estudiar en todas las regiones y que es respetado, utilizado y defendido fielmente por todas las administraciones autonómicas sin excepción.

Ni en broma trataré hoy de la corrupción en ayuntamientos del PP, ni del PSOE, ni de los nacionalistas, ni nada de nada, sencillamente porque es una leyenda urbana. ¿Corrupción en España? No abordaré hoy los últimos avances tecnológicos. Ni enjuiciaré esos regalos navideños de última generación, que se anuncian en televisión como productos milagro a un precio increíble y que son tremendamente fiables y efectivos. No hablaré de las juventudes de los partidos, ni de los borrachos, ni de las feministas, ni de los sindicatos y sus liberados. No hablaré de terroristas ni de guerras. Ni del pacifismo ecologista, ni de los pastelitos de merengue, que ya no se hacen como antes en las pastelerías. No hablaré ni de Gallardón, ni de saunas, ni de fútbol. No hablaré de las ratas, ni de las pulgas, ni de faisanes, ni del circo de Sol.

Tampoco hablaré de los italianos que no saben servir un cubata, ni de la ineptitud como concepto impermeable, ni de la disidencia. No trataré la Ley Sinde, ni el canon digital, tan necesario, oportuno y equilibrado, modelo de justicia en todo el mundo. No hablaré de Al Gore y sus colegas, porque sin su generosa y altruista labor nuestro ecosistema saltaría por los aires y desaparecería la Babosa Culiblanca del Ártico. Y ya me dirán ustedes qué sería de usted y de mi sin la Babosa Culiblanca del Ártico.

Tampoco hablaré del síndrome de La Moncloa, porque resulta una falta de respeto a quienes habitan, habitaron o habitarán en tan honorable palacio. No hablaré de los funcionarios que trabajan de sol a sol, ni de los empresarios, ni de los parados, porque no existen, son un invento de La Caverna.

Por último, no hablaré de los columnistas, siempre honrados, imparciales, y humildes. Tampoco de los periodistas, equilibrados, ordenados, ecuánimes y serenos. No escribiré sobre los intelectuales que firman en ciertos periódicos, porque con su lenguaje ininteligible y pedante contribuyen a una gran labor cultural, a desasnar España. No citaré las redes sociales, ni las prohibiciones del gobierno, ni de los ni-nis, ni de los na-nás, ni de nada de nada.

Hoy no voy a hablar de nada y ya verán como, aún así, hay alguien, en algún lugar del planeta, que se molesta.

 
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