La muerte de Milosevic, la muerte del TPI

Me atrevo a afirmar que la muerte del ex presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, significa la muerte del Tribunal de La Haya, o Tribunal Internacional para la antigua Yugoslavia. Pues Milosevic era el eje en torno al que giraba el caso construido por la acusación, encabezada por Carla del Ponte. Las imputaciones contra Milosevic como político eran la piedra angular del proceso, porque un convincente veredicto de culpabilidad hubiera permitido disipar todas las dudas que suscitaron los bárbaros bombardeos en Serbia, mientras que sin él, se ponen en tela de juicio las acciones desarrolladas por el “contingente de paz” occidental en Kosovo, que no hicieron sino cambiar de polos la violencia: antes de su llegada eran los serbios los que acuchillaban a los musulmanes; después, los musulmanes empezaron a pasar a cuchillo a los serbios. Por último, Occidente necesitaba la condena para hacer cambiar de opinión a muchos serbios que siguen viendo en Milosevic no a un dictador, sino a un héroe nacional. Pero todo ha quedado en nada. Carla del Ponte ha perdido, lo que no tiene nada de extraño pues en todos los proceso que emprende le interesa no tanto el asunto judicial cuanto su popularidad personal. Además, toda la justicia occidental ha perdido ante el jurista Milosevic. Su figura se puede enfocar de diversos modos, pero se debe reconocer lo obvio: él se defendía brillantemente y se comportaba en el proceso no como acusado, sino como acusador. Los argumentos que él aducía a menudo parecían tener más peso que los de la propia Del Ponte. El Tribunal de La Haya ha perdido también en el plano moral. Unos suicidios raros entre los procesados y la muerte del principal acusado (todas las víctimas eran serbios) no pueden por menos que levantar sospechas. La causa oficial de la muerte de Milosevic todavía no se ha dado a conocer, pero las dos variantes hechas públicas ya resuenan como una condena para la corte de La Haya. Si se confirma la versión del envenenamiento, deberá realizarse una rigurosa investigación judicial. Máxime cuando existe un motivo plausible: el proceso estaba en un atolladero, muchos eran los interesados en la muerte de Milosevic. Un jurista con el que el ex líder serbio consultaba ha mostrado a los periodistas una carta firmada por el fallecido el 10 de marzo, la víspera del día en que lo encontraron muerto en su celda, en la que Milosevic afirmaba que estaba siendo envenenado. Y si resulta cierta la versión del infarto del miocardio, la culpa del Tribunal será aún más obvia. Milosevic decía sentirse mal y pidió que le dejaran ir a Moscú para recibir tratamiento. Según el primer cardiocirujano del Ministerio de Salud Pública de Rusia, el Prof. Leo Bokeria, quien lo vio en un escrito de los médicos forenses que atendían a Milosevic, allí reinaba la confusión y las recomendaciones hechas no respondían a la gravedad del estado del paciente. En opinión de Bokeria, Milosevic necesitaba una inmediata intervención quirúrgica, y Rusia estaba dispuesta a facilitársela, no por amor a Milosevic (el país ya es distinto), sino por elementales consideraciones humanitarias, dando las garantías al Tribunal de que cuando su estado de salud mejorara, él regresaría a La Haya. El Tribunal declinó esas propuestas, expresando su desconfianza en los médicos y el Gobierno de Rusia e insultando con ello a uno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Cuando a Carla del Ponte la preguntaron: “¿Lamenta usted no haber dejado ir a Milosevic a Moscú para recibir tratamiento?”, ella respondió con sangre fría: “¿Por qué debo lamentarlo? Existía la posibilidad de que no regresara a La Haya. No tengo nada que reprocharme”. La conciencia de Milosevic quizá no estaba limpia, pero no está en mejor estado la de algunos políticos occidentales. No quiero decir que Slobodan Milosevic no hubiera dado motivos suficientes para ser sentado en el banquillo de los acusados, lo malo es que junto a él no figuraran muchos dirigentes de Occidente que de manera premeditada se dedicaron a desmembrar Yugoslavia y a liquidar y humillar al pueblo serbio. Del mismo modo, al lado de Sadam Husein deberían estar aquellos que desataron la guerra en Iraq, bombardearon Fallujah con armas químicas prohibidas, organizaron en secreto cárceles en Europa, mantienen presas en Guantánamo de manera indefinida a cientos de personas, y transformaron la prisión de Abu Ghraib en una cárcel equiparable sólo a aquellas que organizaba Sadam. Sólo es justo aquel tribunal que no dicta fallos de antemano, investiga todas las circunstancias del asunto y exige responsabilidades a cualquiera, sin distinciones políticas, ni de rango. Y si eso no se hace, ya no se trata de un proceso sino de una farsa judicial. El Tribunal de La Haya ha muerto, porque ya no infunde confianza.

 
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