Las tareas que Rusia asume ante el G-8

Rusia es una anfitriona poco corriente de la reunión del G8, que arranca esta semana en San Petersburgo. Primero, porque su presidencia y hasta su pertenencia al Grupo siguen siendo percibidas negativamente por muchos en Occidente. Segundo, porque es un país único, condición derivada tanto de su situación geopolítica como de su momento histórico: está inmersa en plena etapa de transición desde el ayer comunista hasta la democracia pletórica del mañana. Y por último, porque a diferencia de los demás miembros del grupo, está dispuesta a resolver en la reunión algo más que sus propios problemas, es decir: aportando un matiz nuevo a la tradición de tales foros, prevé desempeñar el papel de mediadora entre el elitista club de los países más industrializados y el resto del mundo, menos afortunado.   En lo que respecta a la pertenencia de Rusia al G8, y a su condición de presidenta temporal del grupo, sólo podemos decir que los escépticos y críticos simplemente se niegan a analizarlo objetivamente. Sí, es verdad que el nivel de vida en Rusia no es el de los demás miembros. Los rusos no lo ocultan. El propio presidente Vladimir Putin, al responder hace unos días a la pregunta “¿De qué se siente avergonzado, tratándose de Rusia?”, respondió: De la pobreza en que vive una parte considerable de la población. Este sincero reconocimiento indica que las autoridades quieren dar solución al problema y hacen todo lo que pueden para conseguirlo. Existen condiciones favorables para cumplir tal tarea: durante los últimos años el PIB ruso acusa un estable crecimiento, adelantándose en ritmo a los de otros miembros del G8. Por ejemplo, en 2005 creció en Rusia el 7%, mientras que en EE UU sólo mejoró el 3,6%; en Francia, el 1,7%; en Gran Bretaña, el 1,6%, etc.   Además, la economía y el nivel de vida no son el único criterio por el que se invita a un país a ingresar en el G8. Cuentan también el potencial científico e intelectual, y el peso político y militar del país en el ámbito internacional, sin hablar ya de que el Club debe saber asomarse al futuro. Pues bien, en lo que atañe a estos parámetros, Rusia es miembro pleno del Grupo, incluso ocupa posiciones de líder en varios campos. Si hablamos de energía, uno de los asuntos centrales en la reunión, Rusia lleva y seguirá llevando la voz cantante. Hoy en día, la vida económica de muchos países europeos depende de agentes energéticos rusos. Y su vislumbramos el mañana, son precisamente los científicos rusos quienes hacen una aportación de incalculable valor a la creación de la energía del futuro.   Rusia sigue siendo una superpotencia en cuanto al estudio del espacio. Baste con recordar que hasta hace unos días cargaba sobre sus hombros todo el proyecto de la Estación Orbital Internacional después de la catástrofe sufrida por el trasbordador estadounidense. Ningún otro país del G8 podía haber colaborado con los estadounidenses, permitiéndoles trabajar tranquilamente en la eliminación de las causas que provocaron el siniestro.   Pese a todos los problemas que trajo consigo el período de transición, Rusia supo conservar su escudo nuclear misilístico. Pero, a diferencia de EE UU, que con cada vez mayor frecuencia utiliza su poderío militar para imponer su voluntad a otros países, a Rusia el potencial militar simplemente le sirve para analizar con tranquilidad y realismo la situación que se vive en el mundo. A las pruebas me remito: es el único país que acogió sin histerias la reciente aventura de Pyongyang, aunque los misiles lanzados por los coreanos no se dirigían hacia las fronteras de EE UU o el Japón sino hacia las rusas. Rusia censuró tajantemente el proceder de Pyongyang y, al mismo tiempo, pidió con tranquilidad la reanudación del diálogo con los norcoreanos, porque sabe perfectamente que las sanciones, que muchos en Occidente exigen imponer, no darían ningún resultado. Según manifestó el titular de Exteriores, Serguei Lavrov, las amenazas dirigidas a Pyongyang sólo provocarían aún mayor tensión, como sucedió más de una vez en el pasado; al cabo, habría que sentarse a la mesa de negociaciones pero en un ambiente mucho peor. Rusia comprende mucho mejor el régimen norcoreano aunque sea porque ella misma se despidió hace poco solamente de su pasado comunista.   También tiene mejor percepción que los demás miembros del Club de lo que pasa en otros muchos países: los pobres, porque sabe qué es la pobreza; y los musulmanes, porque es un país tanto cristiano como musulmán, etc.   En vísperas de la reunión del G8, Rusia dio unos pasos que antes no dio ninguno de otros miembros del Grupo. Primero, en Moscú se desarrolló un foro de líderes religiosos cristianos, islámicos, budistas y judíos, quienes pIdieron a Rusia que haga llegar al G8 sus preocupaciones respecto a toda una serie de problemas; antes, el restringido Club menospreciaba la opinión de los creyentes. Algo similar sucedió en el encuentro internacional de organizaciones no gubernamentales, que se celebró en Moscú también por iniciativa rusa. Precisamente Rusia, a la que a menudo se acusa de ignorar la opinión de la sociedad civil, se sentó a la mesa de negociaciones con las organizaciones en cuestión, tanto las propias como las extranjeras, escuchó atentamente sus pareceres y aceptó ser su embajadora en la cumbre del G8.   Si aun con todo durante la reunión unos antiglobalización organizan los tradicionales alborotos, serán sólo los elementos más radicales, los que arman escándalo para escandalizar, no porque quieran solucionar problemas. Quienes muestran una actitud seria ya tuvieron oportunidad de exponer su parecer, y Rusia hará llegar su punto de vista a los demás miembros del G8.   El hecho de que Rusia haya asumido voluntariamente el cumplimiento de esta tarea complementaria constituye una prueba más de que preside con pleno derecho el G8.

 
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