Hay mucha gente buena (¿también en la política?)
Las inundaciones de Valencia han puesto de manifiesto, otra vez más, cuánta gente buena hay por el mundo. Ya se vio, hace años, con el desastre del "Prestige" y el terrible descarrilamiento de Angrois. La gente es imperfecta, llena de defectos y carencias pero lo que se dice mala, no es. Con sólo abrir los ojos vemos estos días en Paiporta miles de personas de lo más corriente dando a los gobernantes una lección.
El ejército no llega, las instituciones públicas fallan pero la gente no falla y es buena. De lo que se deduciría que estamos en una sociedad mala de gente buena. Ahora bien, si las personas son buenas, ¿cómo puede la sociedad ser mala? Difícil cuestión, pero nadie negará que, si no mala, al menos está muy desnortada; es la "sociedad del delirio", así que, aunque parezca un acertijo, el conjunto social español sería peor que su gente.
Tomando distancia para tener visión de conjunto, lo que acabamos de vivir parecería como si tanta ley, tanta corrección política, el estado, la UE, la "digitocracia", los mass media y el capitalismo financiero global, todo sumado, formara como un tapón que, con la tremenda riada, salta por los aires. Y la gente, entonces, reacciona como les brota. Sin manual de instrucciones, guiones, protocolos ni "la ley es la ley y es para cumplirla", el resultado ha sido que el hombre valenciano no es un lobo para el hombre.
Veamos ahora la perspectiva contraria. Ante cualquier episodio de la historia interminable de las quejas por los políticos españoles, no pocos opinadores nos dicen: "Cada pueblo tiene el gobierno que se merece; no os quejéis; los políticos no caen del cielo como la lluvia; proceden de la gente". ¿Cómo se explicaría, entonces, tal contradicción? Pues se explica porque falla la premisa mayor: los políticos no proceden de la gente; proceden de los partidos y del sistema electoral.
España es una partitocracia, o, si se prefiere decirlo más académicamente, un Estado de Partidos, donde en la práctica el ciudadano da un cheque en blanco a una lista bloqueada o bien a otra lista igual de bloqueada. Los partidos son las escuelas de la formación de los políticos en todas partes; en España, un punto más porque no tienen otra: la educación, la formación del carácter y la experiencia de la vida (familiar, profesional, etc.) están bajo mínimos.
¿Sugiere eso que los políticos son malos? Nada de eso. Los hay buenos, malos y regulares, porque la naturaleza humana es la misma. Pero yo he visto docenas de estudiantes ilusionados entrar en las secciones juveniles de los partidos. Tras veinte años de trabajar no demasiado y disfrutar de unos ingresos que dependían de obedecer a los jefes sin pensar, aquellos chicos y chicas son otros.
A los cuarenta, muchos no han ejercido seriamente una profesión, se habitúan a vivir de la política como si vivieran en una burbuja; no saben hacer otra cosa ni saben lo que es pasar un serio apuro a fin de mes con una familia detrás. Tras veinte años, poco tienen en común con las personas corrientes.
Como cantaba aquel grupo antediluviano que quizá algún anciano recuerde, Viva la Gente.