Amando en Camelot

Amando de Miguel no solo dejó una abultada obra y numerosos proyectos que deberán continuar sus discípulos, sino una inmensa y rica biblioteca

(Imagen de gunter en Pixabay).
(Imagen de gunter en Pixabay).

No conocí personalmente a Amando de Miguel, aunque tuve algún contacto por correo con motivo de un volumen colectivo que yo coordinaba y al que se sumó generosamente. Leí sus ensayos con fascinación, así como sus colaboraciones en prensa y escuchaba con interés sus intervenciones en múltiples medios. Se podía estar o no de acuerdo con él, pero siempre desprendía sentido común, mesura y un lenguaje exquisito. Era, pues, un clásico.

Con motivo de su fallecimiento, amigos y conocidos quisieron rendirle homenaje hace unas semanas en la Universidad Complutense, acogidos por uno de sus vicerrectores, José María Coello de Portugal. Amando no fue solo un ilustre profesor de la casa, sino también un destacado Alumni y uno de los más tempranos egresados en ciencias sociales. Cuando todavía por estos campus no se sabía de la existencia de la sociología o se confundía lo que era, Amando consultaba anuarios estadísticos y hacía cálculos para desentrañar la España de entonces, como midiendo las fuerzas que podían capitanear la transición.

El homenaje del otro día recordó sus méritos y contribuciones, tan abultadas que podían servir para acreditar a varios catedráticos a la vez si Amando hubiera tenido la desgracia de someterse a la ANECA. Lo que quedó patente aquella tarde fue el logro de ese intelectual cuya singularidad e idiosincrasia asoma en sus escritos y que un amigo suyo, José Carralero, ha sabido reflejar en un retrato muy sugestivo.

Amigos y familiares -su hijo Iñaki y su hermano José Luis, también catedrático- recordaron el alma de su compañero querido, de su padre y hermano. Fueron muchos los que quisieron sumarse al reconocimiento. Amando pasó por la cárcel, fue un estudioso sagaz y un intelectual que nunca se quedó en las ramas, pues creía que el pensamiento había que aterrizarlo, demostrarlo, buscando siempre la certeza o la exactitud, también en aquellas materias más etéreas y huidizas, como las que él mismo trabajaba.

Cabría hablar aquí de Amando como el autor y artífice del famoso informe Foessa, que fue debidamente censurado, y que ha sido capital no únicamente para entender España, sino para inculcar una forma de estudiar la realidad social con cierta prospectiva. Se podría mencionar sus variados estudios, en los que intentaba perfilar con nitidez la realidad cambiante de una sociedad que se aclimataba poco a poco a la democracia, su dedicación al análisis de la población, las costumbres, la urbanidad, las ciudades o la emigración, entre otras cosas.

“Amando pasó por la cárcel, fue un estudioso sagaz y un intelectual que nunca se quedó en las ramas, pues creía que el pensamiento había que aterrizarlo, demostrarlo, buscando siempre la certeza o la exactitud”

Pero esto lo podemos dejar en manos de expertos e investigadores, que ahora, tras su muerte, serán los encargados de seguir sus pasos, de continuar las líneas de investigación que dejó abiertas. La sociología española le debe mucho y seguramente solo el tiempo pondrá las cosas en su sitio, otorgándole el reconocimiento que merece.

Del contacto que he tenido con la gente que lo rodeó, he podido darme cuenta de su generosidad, su desinterés y su vocación polémica, cualidades que sus discípulos han heredado. Amaba la discusión porque creía que podía llegarse a la verdad. Esa convicción también le ocasionó bastantes disgustos: su independencia de criterio le hizo siempre un potencial desterrado de medios, tertulias y columnas.

No he leído al completo las obras de Amando y dudo de que alguien lo haya hecho. Escribió mucho, como atestigua su infinito currículum. De todas las obras a las que me he asomado, me ha gustado mucho Hablando pronto y mal, Sociología del Quijote y Memorias y desahogos. Este último, que amablemente me regaló su hijo, es tan emocionante como indispensable para conocer los entresijos de la historia cultural y política más reciente.

 

Amando era, ante todo, un escritor, un artesano de la palabra, un artista del pensamiento. Y eso es lo que más me llama la atención de él, como de quienes han sido tocados por la varita de la creatividad, la reflexión y la inquietud intelectual, rasgos que se evidencian normalmente en las bibliotecas que acumulan. La que atesoró Amando de Miguel es paradisiaca, ilimitada, según he podido comprobar visitando recientemente Camelot, el refugio que se construyó al norte de Madrid, ideado para albergar hileras e hileras de volúmenes en un orden tan imperfecto como personal y propio.

Hay algún video por ahí en el que se puede ver la casa construida y ganada a las rocas. Yo he tenido la suerte de conocer de primera mano el taller en el que Amando se las veía con las ideas, pulía sus intuiciones y daba forma acabada a los manuscritos. Me fascina, quizá por deformación profesional y algo de envidia, conocer los hábitos de los escritores prolíficos, sus métodos, sus secretos; acercarme a sus mesas, revisar sus plumas e interpretar su caligrafía.

“Amando era, ante todo, un escritor, un artesano de la palabra, un artista del pensamiento”

Por fortuna, en el caso de Amando no he tenido que conformarme solo con un vídeo. El otro día, animado por Jesús Martínez Paricio y Juan Salcedo, amigos y discípulos -y los que han organizado el homenaje en la Complutense-, pude viajar por su biblioteca y mirar sus manuscritos, guiado por Iñaki y José Luis, hijo y hermano, respectivamente. Nos acompañó Carralero y disfrutamos todos mucho recorriendo los pasillos y las estancias, descubriendo los tesoros librescos que guardaba, sus recuerdos y pasiones. Una maravilla. Además de darles las gracias, les animé a no perder el contacto y a repetir la experiencia.

Me sorprendió la dedicación intelectual de Amando, su disciplina y voluntad férrea. Cuando abordaba un tema, no paraba hasta desentrañarlo todo. De su interés, siempre resultaba un libro, con independencia de la temática. Al cabo de los años, volvía siempre a los clásicos y a la novela española del XIX y XX. Hay que ser muy inteligente para no desaprovechar las pinturas sociológicas que nos devuelve el arte y creo que en las investigaciones de Amando han sido mucho más importantes las narraciones que las encuestas. Y eso se nota porque muchos de sus estudios no han envejecido.

Amando escribía por vocación y convicción, sin dárselas de sabio. Por eso, lo era. Al parecer, quienes le conocieron se percataron claramente cuándo decidió irse o bajarse del barco. En uno de sus últimos artículos, titulado Angustias del escriba sentado, confesaba que estaba agotado y que iba a dejar de escribir. Finalmente, falleció el 3 de septiembre del año pasado, dejando, como dice uno de sus amigos, un mundo menos interesante. Lo sea o no, lo cierto es que no lo podrá contar él, por desgracia, con su fino e inteligente estilo. He aquí el humilde homenaje de alguien que lo admiraba.

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