Mear, grabarlo y colgarlo

Como consecuencia de los avances tecnológicos, y de su generalización, parece que la humanidad afronta una nueva situación que, por lo visto, aún no ha aprendido a controlar.

Me refiero a la pulsión por grabarlo todo en imágenes, utilizando para ello videocámaras, iphones, smartphones y demás ingenios.

Pero es que, no sólo lo registran, sino que quieren, necesitan, que otros lo vean. Y por eso, lo que resulta más llamativo y sorprendente, se dedican a colgar esas piezas en la Red.

Por lo visto la tentación puede resultar irresistible, teniendo en cuanta las noticias que, día tras día, se van publicando.

Además de los norteamericanos meando sobre los cadáveres de insurgentes en Afganistán, ahora dos soldados británicos han sido detenidos por abusos sexuales a dos niños de diez años afganos: lo grabaron en vídeo y después pasaron a sus compañeros.

Hace unos días, en Chicago, un grupo de siete jóvenes propinó una brutal paliza a otro de 17 años y le robaron las zapatillas y 140 euros. Lo recogieron con su móvil, lo subieron a la Red, y así han sido identificado y detenidos.

No hace mucho, un hispano se dedicó a circular con su coche a más de trescientos kilómetros por hora. Sus coleguis lo filmaron y lo colocaron en Internet. El susodicho ha sido localizado por la Guardia Civil y multado adecuadamente.

Así que los cachivaches que incluyen la función de grabar imagen parecen provocar el síndrome asociado de querer colgarlas después. Aunque reflejen comportamientos improcedentes y hasta delictivos y por tanto corran el riesgo de ser identificados y castigados.

Por lo visto, la emoción ‘creativa’ de ver los propios productos en la Red, y de verse ellos mismo, es mucho más fuerte que el empuje del sentido común.

 
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