A Baltasar Garzón, que diseña otra de sus ‘macro intervenciones’ con fuegos artificiales para volver a ser el rey de la pista

Buen lío se montó el otro día, en la calle Serrano de Madrid, a la altura del número 88. La sede del banco portugués Espirito Santo estaba siendo registrada por la Guardia Civil. El juez que estaba detrás de semejante operación no podía ser otro que Baltasar Garzón, que llevaba investigando el asunto, al parecer, desde hacía varios años. No entiende el magistrado de discreción de puertas para afuera de la Audiencia Nacional. Cualquiera que paseara a esas horas de la mañana por Serrano –una de las vías más caras de la capital- pensaría se estaba desarrollando una redada de delincuentes peligrosísimos, armados hasta los dientes. No es que el fraude, el blanqueo de capitales y la malversación sean delitos de poca monta. Pero si allí se hubiera parapetado un delincuente de máximo riesgo, no cabe pensar cómo habría sido el despliegue ordenado por el magistrado. La Guardia Civil desplegada arriba y abajo dentro del edificio y, a las puertas, otros dos agentes cubriendo la retaguardia. Trabajadores y viandantes no entendían la magnitud de lo que estaban presenciando. Guindilla para el juez Garzón, que se está haciendo acreedor de una estatuilla de los Oscars.

 

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