Europa está llena de sorpresas

Ante la proximidad de las elecciones europeas, es lógico plantearse la funcionalidad de un parlamento tan numeroso y, además, con dos sedes. Sus competencias teóricas son amplísimas pero, en realidad, son mucho más limitadas que las cámaras legislativas de los Estados. Por si fuera poco, los eurodiputados tienen una rara habilidad para entrar en asuntos que no les corresponden: porque afectan a países que no forman parte de la UE, o porque pertenecen al ámbito del ordenamiento jurídico de cada Estado, como es el derecho de familia. 

    No hace mucho, una corresponsal en Bruselas comentaba con cierta ironía que, si un neófito asistiese por vez primera a los plenos del parlamento europeo, podría creer que esa cámara juega un papel importante en la política mundial. En el hemiciclo de Estrasburgo se debaten y votan, cada mes, acuerdos sobre temas tan variados como los derechos humanos en China, la libertad de prensa en Marruecos o la corrupción en el Líbano. Pero sirven de poco, salvo desde el punto de vista de la configuración de la opinión pública, o de la imagen de las personas más representativas de la Eurocámara. Sólo podrían servir para limitar o ampliar posibles subvenciones en el campo de la cooperación internacional.

    En ese contexto de injerencias, se comprende que se produzcan también entre Estados miembros. El mal ejemplo cunde. Así, la reciente polémica de la ministra española de igualdad contra la política italiana en materia de familia y natalidad, como si fuera una limitación de los derechos de la mujer. Para eso estaría, en todo caso, el organismo de Bruselas que vela por el estado de derecho en los países miembros, e informa anualmente al parlamento. Por desgracia, España no está libre de advertencias. 

    En cuanto al fondo, sorprende que, ante dos situaciones demográficas tan parecidas, el actual gobierno italiano destaque por haber adoptado medidas importantes para intentar recuperar la exigua natalidad. Aun en periodo electoral, no se pueden criticar decisiones que aplican criterios aprobados en la ley de hace más de cuarenta años, más oportunos aún con el paso del tiempo. La población española, como la italiana, aumenta gracias a la emigración. Pero aquí tenemos un concepto muy distinto, como puede verse en la Web del ministerio para la transición ecológica y el reto demográfico: se refiere más bien al equilibrio territorial. Nada parece tener que ver con la natalidad, a diferencia de Italia.

    Y aquí surge otra gran sorpresa europea, con los datos más recientes de Dinamarca. Desde que Alemania entró en crecimiento cero, ya en el pasado siglo, la población de casi todos los países europeos aumenta gracias a la incorporación de emigrantes que, además, en su momento, ofrecen una tasa de fecundidad superior a la de los nacionales; sus familias son más numerosas que las autóctonas: así, en Italia y en 2023, el número de hijos por mujer fue de 1,18 para las italianas y 1,87 para las extranjeras. 

    Esa tendencia acaba de romperse en Dinamarca: por vez primera, las mujeres inmigrantes -de países no occidentales- tienen menos hijos que las danesas: 1,4 frente a 1,6. Los expertos en ciencias sociales y en demografía avanzan diversos argumentos, pero coinciden en que es fruto de la buena política migratoria danesa, que habría facilitado la adaptación cultural y social: un comportamiento cada vez más semejante al de las parejas jóvenes de origen local o europeo.

    Otra sorpresa en materia de emigración proviene de Francia: en este caso, se trata de ciudadanos bien situados –profesores, financieros, funcionarios-, de religión musulmana, que se sienten constreñidos y abandonan el país que les vio nacer. Se trata, en parte, de un efecto negativo de la ley sobre laicidad promovida por Jacques Chirac en 2004: su aplicación sigue provocando muchas incidencias negativas, con efectos contrarios a la integración que pretendía. Porque el Estado deja de ser neutral cuando prohíbe manifestaciones religiosas que no afectan al orden público. La ley de 1905 estableció esa neutralidad oficial, para que los ciudadanos pudieran no ser neutrales, y expresar libremente sus diferencias. Así se vive con normalidad en los ejércitos franceses, pero no en la escuela pública.

    En fin, en un contexto de secularización –no laicidad-, no se puede pasar por alto la noticia de que, en la Pascua de 2024, hayan recibido el bautismo en Francia más de siete mil catecúmenos adultos: todo un contraste de la disminución de bautizos de niños, también derivada del descenso de la natalidad.

 
Comentarios