La calle deja de ser patrimonio de la izquierda

Parece que la calle ha dejado de ser patrimonio de la izquierda para serlo de todos los ciudadanos. Todo tipo de organizaciones y colectivos disconformes con algo convocan manifestaciones. Me parecen un sano ejercicio de talante democrático.

Aunque el partido en el poder procure desprestigiarlas cuando éstas puedan desgastarle; en ocasiones con cierta dosis de hipocresía, como la próxima del día 18, en que el gobierno niega autoridad a los obispos para apoyarla, mientras el ministerio del interior recomienda a los ayuntamientos que den todas las facilidades para la celebración del "Día del orgullo gay". O que el partido de la oposición intente manipularlas si ven que puede erosionar al gobierno.

Sea el PP con la de Salamanca, o el PSOE con las de la guerra de Irak y con las del día de reflexión antes del 14 M. Si a pesar de ello, la ciudadanía se manifiesta es porque no se siente representada ni escuchada por quien debería hacerlo, como consecuencia de un sistema partitocrático que no deja elegir a los que prefieres sino a los primeros de las listas, que obliga a los parlamentarios a seguir la disciplina de partido, y que permite a un partido pequeño de tipo nacionalista imponer su parecer a todo el país.

Por mucho que presuma de escuchar a la ciudadanía, el único diálogo que entiende la burocracia partidista es el de los gritos y pancartas de las manifestaciones. Y si no se siente escuchada al menos, puede ejercer su derecho al pataleo.

 

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