Consummatum est

Foto: Magali Medrano.
Foto: Magali Medrano.

Decía William Burroughs que un hombre no puede tener peor destino que estar rodeado de almas traidoras. Tal vez, le faltó añadir "cobardes"; traidoras y cobardes.

Echando un vistazo el panorama patrio, a tu entorno laboral, familiar o el de tus vecinos y el frenético ritmo de los acontecimientos de un tiempo a esta parte, tal vez, el escritor americano exponente de la generación beat se quedó corto. Para nuestra desgracia, así es. Entre subvenciones, carguitos, poltronas, rectificaciones en las sentencias o preocupaciones estéticas de los peones de este desastre, España y los españoles –lo prioritario– han pasado a mejor vida: su muerte.

Por un lado, seguimos escuchando –y sufriendo– los ecos secesionistas del fallido e ilegal referéndum de independencia de Cataluña del 1 de octubre de 2017 y nos duelen los oídos tras las cínicas demandas de aquellos que, pactando con todo tipo de calaña, se atreven y amenazan –como mal menor– a gestionar los pasos de tu vida por caminos de infamia e indignidad.

Por otra parte, no hay necesidad de retroceder muy allá en la cronología de los acontecimientos para encontrar palmarios ejemplos de lo que relato y saber que hay cosas peores que ese "mal menor". Por ejemplo, un reciente disparo a bocajarro, aunque, para sodomizados medios estatales –los del cuento del atraco– y su sospechoso silencio mediático, parece haber sido otro "caso aislado" de lo que, en ámbitos diferentes, ya han normalizado en sus patéticos comunicados y retransmisiones con las consabidas acusaciones y calificativos a los que no les aplaudimos. La omisión y el silencio de los hechos les delatan.

Y entre esas demandas, abundan tantas imposiciones y obligaciones que ya ni siquiera nos queda tiempo para desobedecer. Nuestro supuesto estado democrático ha sido utilizado al capricho e interés de un poder impregnado de ideologías y decisiones encaminadas a incrementar el número de ovejas de un rebaño de tibios que vertiginosamente se asoma al precipicio de su destrucción. Ahora que los lobos han aullado a 1.500 kilómetros de distancia, puede que esa habitual tibieza se torne en voracidad y recuperemos el extinto sentido común. Desde luego, motivos se han ido dando en la anterior legislatura, tras los dudosos resultados de las elecciones de julio y lo acontecido en este otoño caliente que estamos padeciendo.

Todo forma parte de la farsa, como la del montaje de los atentados de aquel 11 de marzo de 2004 previo a elecciones, día de la infamia para nuestra Nación. Sin duda alguna, el intento de asesinato de Alejo Vidal-Quadras y las posteriores pesquisas no van a distar mucho de procedimientos pretéritos ni de saltarse las directrices en las que las cloacas gubernamentales son expertas a la hora de confundir al pueblo y manejar a medios acostumbrados a un servil "sí, bwana" al poder de turno. El déjà vu se ha vivido hoy por partida doble. El 13 de julio de 1936, eso sí, no había motos de gran cilindrada.

Y citando al indigno protagonista de la tragedia que asola a esta social, política y judicialmente despedazada y desangrada España, con sombras más oscuras que las de Jesús, el Buen Ladrón y el Mal Ladrón en el Gólgota, aparece el reflejo del espejo de una Patria actual apuñalada a traición que entona su infausto consummatum est.

También, he recordado a William Shakespeare y a Macbeth, el personaje principal de su tragedia. Luego, su tiranía, traición y progresiva ambición de poder en el Reino de Escocia según avanza la obra. ¿Les suena?

Evidentemente, sabemos quiénes son los ejecutores de la traición, de vender a España y de empuñar la daga asesina que ha puesto fin a una realidad española humillada con un acuerdo y documento de cuatro páginas manchadas de ignominia. Nos queda –y ruego por ello– que aparezca un Macduff que plante cara al tirano y, con la ayuda del heredero real –Malcolm–, restablezca el orden perdido.

 

Con la realeza nacional, sin embargo, no cuento tras su no comparecencia en un trágico día como el vivido por España ayer 9 de noviembre. Con la Iglesia –también con ésta– hemos topado; sobre todo, en la Santa Sede y sus recepciones a representantes políticos españoles a los que el Vaticano les importa lo mismo que España a Bergoglio; es decir, nada.

No hay ámbito que los prófugos, independentistas y traidores hayan pasado por alto en el consentido e interesado atropello a un PSOE que se ha pasado por el arco del triunfo a unos y otros: sus votantes, sus barones, su programa, Europa y, lo peor, a todos y cada uno de los españoles. La barra libre independentista, paradójicamente, no ha tenido piedad de un socialismo acostumbrado a un "final feliz" con el dinero de los demás. Las cosas del karma.

Su dictadura y el coqueteo con la expiración del Estado de derecho han llegado para quedarse y convertir en meras anécdotas tristes episodios de nuestra Historia. Y no lo digo yo. Entre otros expertos en la materia, lo suscriben asociaciones de jueces progresistas y conservadores o diversos Colegios profesionales. De aquellos polvos, estos lodos.
Esas almas traidoras y cobardes, con su pacto, se han extralimitado en su rol político y sobrepasado las líneas rojas de principios básicos de una Constitución nuevamente prostituida con ese particular lawfare que, a partir de ahora, permite a partidos políticos adaptar sentencias judiciales y la aplicación de la ley a su antojo y el de sus tropelías, las del tirano y su dictadura.

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