Cuando truena

Cuando truena
Cuando truena

Como cada cuatro de diciembre, la memoria traía a aquellos veteranos artilleros imágenes que habían quedado troqueladas en su retina, y recuerdos indelebles: la estampa de los Jefes de Pieza, en posición de firmes y con su mano derecha en el casco, momentos antes de vocear vigorosamente y al unísono: “¡FUE... GO!”. En dos tiempos, separados un segundo, para sincronizar su orden de disparo y el descenso enérgico de su mano con el saludo al soldado enemigo, como gesto respetuoso y de caballero. Conducta modelo, que ni en el combate olvida el artillero español, señor “todo tiempo”, en porte y comportamiento.

Enseguida les alcanzaría el eco del instante inmediatamente posterior, el del estampido ensordecedor cabalgando la onda expansiva que hizo vibrar su cuerpo, y que se extendió como un látigo por todo el asentamiento; y, a la par, los cañones encabritados al escupir los proyectiles disparados, que se hubieran erguido de no tenerlos bien sujetos y dominados; y la visión nublada por la espesa humareda que, tras el volumen de carga detonado, cubrió rápidamente el despliegue enmascarado. Y la confusión que siguió después, de olfato y gusto mezclado, por el intenso olor a pólvora saboreado, que nadie como el artillero ha disfrutado, respirado y masticado simultáneamente, cual avezado catador. Y como, ejecutando veloces la orden de “fuego hasta consumir la munición”, se acrecentaba su determinación, mientras el estruendo abrumador se amplificaba al extremo de conseguir por fin enardecerlos.

Sabe bien el artillero que no hay peor tormenta que la que te ha elegido como su objetivo. 

A varios kilómetros las posiciones enemigas aguardaban, o no, la llegada del fornido enjambre con su carga letal. Su silbido, y el característico sonido del enrojecido metal al rasgar el aire, anunciaban el inminente final de su calculado y terrible viaje.

Los destellos cegadores de las deflagraciones producidas tras la activación de las espoletas graduadas, y de los impactos de ojivas y metrallas, se amalgamaban con un pavoroso tronar, logrando armar la más espectacular tramoya para el drama que la historia les había llamado a representar.

¡Artillería!, deseada de las Fuerzas propias, temida y buscada por las enemigas. En la ofensiva,  siempre planeada en absoluta mayoría, despliegas detrás, no por miedo, sino por manual de empleo. Y, cuando cambian las tornas y toca defensiva, te mantienes firme en tu puesto para escudar la retirada de las tropas hermanas a zonas desenfiladas y protegidas. Y tu continúas -ahora delante y en franca minoría- al pie del cañón, sin importarte la bravura enemiga, mientras esperas aplomada su acometida, dispuesta a defender a toda costa la posición, aunque te suponga la vida.

Para proteger a los tuyos naciste, su suelo y su nación y, en último extremo, con tu acerado poder, constituir la última razón del rey, y hacer valer la ley.

Bárbara, valerosa y bella, contra tu voluntad y entereza se estrelló el empuje del fiero ataque, que pretendió forzarte en lo más íntimo e importante. Tan arduo y duro combate jamás logró acobardarte, ni siquiera hacerte vacilar. Y, al no poderte ganar, tu propio padre eligió la alternativa de matarte. No es de extrañar que rugiese el cielo, y se abriese el firmamento encolerizado para lanzar su rayo, y acabar con tal iniquidad en un corazón humano. Tus lágrimas de dolor y tristeza no lloraban tu suerte sino que, fruto de tu nobleza, brotaban al implorar para tu progenitor contrición, piedad y clemencia.

Tu brillo y santidad alumbran otra enseñanza capital: la prudencia. ¿De quién te has de fiar, si el que te vino a engendrar fue, el mismo, quien te ordenó matar?.

 

Santa Bárbara bendita, la Artillería se reconoce en tu valía. Cuando truena y cuando no, como su Patrona te quiere y a ti porfía. Tú que aplacas la fiera borrasca y del trueno el horrísono son, de tus hijos escucha la voz. Templa su espíritu en la llama de tu gloria, y concédeles marchar unidos para que el nombre de la Patria puedan engrandecer. Hazles, como tu, capaces de decir y cumplir: ¡antes que rendidos, muertos con honor!. Que todavía hay frente, y también misión.

Al morir el valiente Artillero defendiendo tenaz el cañón dale, ¡Oh Virgen¡, sublime y piadosa, siempre amparo, consuelo y perdón.

¡Feliz Patrona!, artilleros.

¡Viva Santa Bárbara!

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