Los mesías del transhumanismo

El hombre ha perdido la partida; la humanidad, también. Desgraciadamente, así es. Fe y esperanza andan descarriadas, desnortadas, desorientadas en un mundo que, de un tiempo a esta parte, no deja de pedir a gritos una bombona de oxígeno mientras busca la brújula perdida entre experimentos y mentiras varias.

Vivíamos confiados, sin mayúsculas sorpresas, casi un mero trámite, y, sin capa, creíamos ser superhéroes y dueños de nuestras vidas, de nuestro entorno, de nuestro mundo, de todas y cada una de nuestras acciones. 

Sin embargo, la realidad ha sido sometida por lo que antaño leíamos y contemplábamos como una distopía imposible de vivir en cualquier mundo y tiempo actuales. Esa ficción del pasado sobre un imaginario futuro se ha impuesto en nuestro más rabioso e infame presente. 

Y, como mortales que somos, hemos sucumbido a la debilidad, a la fragilidad, al miedo, a la inminencia de una muerte que insistentemente sigue merodeando nuestra zona de confort, el área de seguridad en el que nos hallábamos plácidamente instalados sin tener que pedir o rendir cuentas a nadie. Además, esa elevada mortandad se ha convertido en una rutina que, incluso, empieza a pasar casi desapercibida, de puntillas, como el recuerdo de las víctimas denostadas. Ruindad e indignidad en estado puro.

Nuestra despreocupación, la inacción o la desatención a esos detalles humanos que ahora añoramos han abierto las puertas a los mesías del transhumanismo, magnates que aprovechan su poder elitista para socavar nuestro ánimo y percutir sobre la vulnerabilidad del hombre. Tras casi dos años de penuria y travesía por el desierto, el panorama es desolador y, al mismo tiempo, causa un pavoroso estremecimiento delante de los manipuladores de los hilos de nuestro futuro. 

En muchas ocasiones, la tentación anduvo cerca, caminó de la mano a nuestro lado, y nos hicimos más fuertes cuando el esfuerzo personal logró encontrar la suficiente fuerza de voluntad para, a duras penas, conseguir doblegarla. Con la enfermedad o cualquier otro mal ocurrió lo mismo. Era cuestión de proponerlo, de proponérselo. Ahora, ni los tiempos ni las circunstancias invitan a ello. La barra libre de la impunidad y la salvación es para otros.

Así, en este punto, nos ha sido imposible vencer. Ni siquiera nos han valido las efímeras y artificiales treguas de las desescaladas o la falacia de los profetas. Han sido pírricas y efímeras victorias para la humanidad. 

El encanto transhumanista, engalanado por el futuro y atractivo diseño de la evolución, nos ha embaucado; su veneno no ha encontrado antídoto y hemos caído en sus redes tras picar el anzuelo de tentadoras promesas dirigidas a poner fin a nuestros límites, deficiencias y restricciones per naturaLa enfermedad y la pandemia han zarandeado el sistema inmunológico de nuestras vidas. Ahora, dudamos de la resistencia natural de cuerpos maltratados por un virus engendrado como azote de una humanidad física y psicológicamente hundida por el súbito triunfo de ese mal preconcebido por los gestores de la ineficiencia.

Nuestro sistema biológico se ha  convertido en un continuo conejillo de Indias dentro de una carrera contrarreloj en la que han confluido furtivas y sospechosas presencias como las de la tecnología o los medios y recursos digitales. Y si quedaban dudas, siempre hubo y habrá intereses económicos aliados enarbolando los estandartes en formatos al uso: farmacología, nanotecnología, robótica,  biotecnología o inteligencia artificial. 

 

El fin, aparentemente para ellos, justifica los medios, además del dolor, sufrimiento y muerte de una población mundial maniatada por desacreditados o inexistentes comités, despistadas organizaciones e instituciones cuyas indignas agendas y hojas de ruta subrayan la deshumanización de sus oscuros propósitos. Triste pero cierto, como su improvisación a la hora de tomar decisiones de calado en medio de la sobredosis de mentira y manipulación que, por todos los flancos y puntos cardinales, nos han ido inoculando sin conseguir ningún tipo de inmunidad o beneficio.

Y ese transhumanismo opulentamente cubierto de oro y "progreso" ha sabido dar los pasos necesarios para enterrar cualquier atisbo de resistencia humana. 

El poder sabe mover sus hilos con esa precisión quirúrgica exclusivamente al alcance de los que están por encima del bien y del mal; entre ellos, los gerifaltes del entorno de Silicon Valley. Multimillonarios como Thiel, Bezos o Musk tienen su base, su puerto franco, en ese emporio promovido por la biotecnológica CALICO, empresa empeñada en prolongar la vida e inspirada en una combinación de obras literarias distópicas y de ciencia-ficción de la que surgen esos grupúsculos con estereotipos frikis, obsesos y entendidos en temas informáticos y tecnológicos, como los describe la Dra. Huberman en sus estudios antropológicos. 

Aquel inicio del miedo de hace dos años nos dejó en shock y, paralizados, asistimos al golpe perfecto y avance sin pausa del globalismo en pos del Nuevo Orden Mundial. Fueron meses de un mal sueño que, hoy, se ha tornado en constante pesadilla con el recuerdo y sibilino recuento de cepas, olas y muertos; sobre todo, muertos, en lo que los defensores de la cultura de la muerte vienen a denominar "nueva normalidad". 

El concepto, la etiqueta, ha ido estirándose, adaptándose, acogiendo nuevas disposiciones, medidas e imposiciones que no sólo nos invitan a evocar aquellos días lejanos con más ganas, sino a situarnos en la disyuntiva de proclamar nuestra libertad y la dignidad humana o, por otro lado, someternos a las diversas formas de esclavitud moderna con disfraces al gusto de los "sastres" de la caducidad y obsolescencia de la civilización y seres humanos que conocimos.

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