José Apezarena

Aquí, antes muertos que unidos

Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Santiago Abascal antes del debate electoral de noviembre de 2019.
Pedro Sánchez, Pablo Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Santiago Abascal antes del debate electoral de noviembre de 2019.

Hace más de cuarenta años, aquel 27 de febrero de 1981, cuatro días después del intento de golpe del 23-F, fue quizá la última vez que este país unió sus gargantas todas, sin que faltara ninguna, para proclamar un mensaje único. Defendíamos juntos la democracia.

Aquella movilización resultó tan impresionante que un periódico tituló al día siguiente: “La manifestación más grande de la historia de España desfiló ayer por las calles de Madrid”.

Antes habíamos protagonizado los Pactos de la Moncloa (1977) y el Pacto Constitucional (1978), pero desde entonces apenas hemos sido capaces de marchar unidos otra vez, no obstante haber tenido que afrontar problemas tan graves, tan de todos, como la crisis económica, el terrorismo de ETA, la amenaza del independentismo, la pandemia de Covid...

Creo que el momento definitivo, la gran ruptura, se produjo cuando nos golpeó el 11 M. A pesar de ser el atentado terrorista más grave que ha sufrido Europa, 193 muertos, más de 1.800 heridos y una sociedad conmocionada, los unos y los otros maniobraron para sacarle rédito político. ¡Qué locura!

En lugar de cerrar filas esos días, de formar un frente único, de apretar los puños juntos para resistir codo con codo, lo que hicieron los partidos fue utilizar esa desgracia como baza de ventaja frente al adversario. Le excusa: que estaban en juego unas elecciones generales.

Y aún no hemos salido de ahí.

Ni que decir tiene que la división nos debilita profundamente. Nos esteriliza a la hora de las grandes tareas que tiene pendientes este país, necesitado de pactos de Estado sobre la educación, la sanidad, la Justicia, la vivienda, la despoblación, la falta de niños... y hasta la sequía.

No somos capaces, y esos desafíos siguen sin ser afrontados, año tras año, década tras década.

Un territorio donde la exigencia de unidad de acción parece más evidente es en política exterior. Ahí donde se debe hablar con voz única, mande quien mande, gobierno quien gobierne, porque los intereses son los del país, no de un Ejecutivo, no de un partido, y mucho menos aún de una persona.

 

Se trata de las tareas, objetivos, desafíos y proyectos en los que este país ha de marchar unido. Es lo que hacen en otras partes.

Pues no.

Precisamente en ese terreno, la guerra de Irak fue otro peldaño más en el derrumbe de los propósitos comunes. Unos, porque se apuntaron al conflicto sin preguntar a nadie; los otros, porque enarbolaron la críticas y la denuncia también por su cuenta con el fin de sacar ventaja (aquel rentabilísimo “no a la guerra”), incluso cuando teníamos soldados españoles sobre el terreno.

Ha vuelto a ocurrir con la barrabasada de Pedro Sánchez de cambiar de un plumazo cuarenta años de política en el Sahara.

Y ahora se repite respecto a nuestra posición sobre el conflicto de Oriente Medio y el reconocimiento del Estado Palestino. Los dos principales partidos van cada uno por su lado.

La división en los grandes asuntos de Estado perjudica a España y castiga a los ciudadanos. Incluso en terrenos aparentemente ajenos. El FMI acaba de advertirnos  de que la fragmentación política en España amenaza el crecimiento económico

Un día se puso de moda el “Antes muertas que sencillas”, como canción, libro y hasta obra de teatro.

El resumen de lo argumentado hasta puede ser eso mismo: Antes muertos que unidos.

Lo cual me parece bastante lamentable.

editor@elconfidencialdigital.es

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