José Apezarena

Europa, creo, no hablará catalán

Ursula von der Leyen, ante el Pleno del Parlamento Europeo

El 5 de noviembre de 1992, los estados miembros del Consejo de Europa firmaron en Estrasburgo la Carta Europea de las Lenguas Minoritarias o Regionales.

Su objetivo es la defensa y promoción de todas las lenguas de Europa que carecen del carácter de oficialidad, que, incluso siendo oficiales en alguno de los firmantes no lo son en otros, o que, aun siendo oficiales en el firmante están en manifiesta debilidad. Fue ratificada por España en febrero de 2001.

Se excluyen expresamente de esos planteamientos los dialectos de las lenguas oficiales y los idiomas de los inmigrantes.

Según informes de la UNESCO, hay más de 30 lenguas europeas amenazadas.

Cuarenta millones de ciudadanos europeos hablan lenguas minoritarias o regionales que tradicionalmente se emplean en su territorio.

Un informe publicado por Euskonews cita en Francia el Bretón, el Corso y el Occitano (también usado en Italia). En Italia, el Ladino, el Sardo, el Friulano, el Mócheno y el Cimbrio. En Alemania, el Frisón (y en Holanda), el Sorabo y el Walter (también en Austria y Liechtenstein). En Dinamarca, el Faroés. En Finlandia, el Carelio, el Livviés y el Sami (y en Noruega y Suecia). Y en Portugal el Mirandés.

En cuanto a España, además de Gallego, Catalán y Vasco, se citan el Aragonés, el Aranés y el Asturianu.

A ellas habría que añadir el caso de dos hablas nacionales que, sin embargo, no están admitidas en los organismos europeos, el Luxemburgués y el Maltés.

Así que, con ese panorama, la pugna por introducir en las instituciones europeas tres lenguas españolas, Catalán, Vasco y Gallego, que se añadirían a las veinticuatro que ya son oficiales, va resultar una tarea muy complicada, por no decir casi imposible.

 

Ni siquiera parece viable el intento rebajado, planteado por Pedro Sánchez para ganarse el inmediato favor de Junts, de que se empiece por el Catalán. Una lengua, por cierto, que es hablada por unos 7 millones de personas en España, Francia e Italia (en Alghero, Cerdeña).

Ante la urgente petición española, lo que han hecho los estados miembros es rechazar la urgencia y pedir más tiempo para profundizar en las implicaciones de elevar el Catalán, el Gallego y el Vasco a la categoría de lenguas oficiales de la UE. Y en Europa, pedir tiempo es una conocida forma de decir que no pero sin molestar.

Desde mi punto de vista, ni Francia, ni Italia, ni Alemania, por citar países con mayor número de lenguas regionales, se pueden permitir dar su voto a la incorporación del Catalán a las instituciones europeas, porque con ello se crean a sí mismos un problema con sus propias hablas locales. Sería abrir unas espitas que les complicaría la vida internamente. Por no hablar de que animaría algunos movimientos nacionalistas internos.

Por cierto, que dos de los países que, sobre la marcha, mostraron su negativa a aceptar la propuesta española han sido Suecia y Finlandia. Dos enemigos claros de la ampliación.

En resumen. Me parece que Europa no va a hablar catalán.

Sería bueno que esto quedara claro, para no suscitar expectativas falsas con el fin de sacar réditos políticos. Eso sería engañar. Tal cual.

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