José Apezarena

No nos representan

Manifestación contra la sede del PSOE en Madrid

En octubre de 2016, con ocasión de la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno, desde ámbitos vinculados a Podemos se lanzó la convocatoria “Rodea el Congreso”, para intentar interrumpir la sesión parlamentaria, algo que no lograron porque la Policía blindó el edificio sede de las Cortes.

Aquella no fue precisamente una iniciativa democrática.

La ‘moda’ de intentar bloquear el Congreso de los Diputados se inauguró el 25 de septiembre de 2012, cuando la Coordinadora 25-S, que reunía a colectivos antisistema, lanzó una movilización que duró tres días.

Quienes ahora se escandalizan de que haya ciudadanos que se concentran frente a las sedes del PSOE, en este caso para protestar por la amnistía al nacionalismo catalán, olvidan, por lo visto, los llamamientos a rodear y bloquear nada menos que la sede de la soberanía nacional, que ha visto varios intentos aunque, por cierto, ninguno de ellos exitoso.

Dentro de aquella atmósfera contraria a la llegada del PP al poder, en concentraciones, marchas y manifiestos, se coreaban consignas de este estilo: “Lo llaman democracia y no lo es”. Y también, con ese objetivo de deslegitimar el veredicto de los ciudadanos y a quienes habían resultado votados en las urnas, se repetía: “No nos representan”.

Por supuesto, aquellos personajes no tenían razón. Pero ahora se está hablando de que en este país sufrimos una crisis de representatividad. Por lo visto, así se manifiesta una parte de la ciudadanía.

El Informe España 2023, elaborado por la Universidad de Comillas, concluye que una parte de la ciudadanía “desconfía y se siente ignorada por su Gobierno y percibe que el sistema político vigente no les permite participar ni influir con relevancia en la toma de decisiones sobre los temas que les afectan”.

Avisa que ese es el caldo de cultivo en el que germinan los partidos de extrema derecha, que “cuestionan derechos conquistados y plantean medidas que ignoran el contexto de crisis multidimensional”.

Y tal desconfianza afecta singularmente a los jóvenes: el 80% no se sienten escuchados por los políticos y es una de las razones de la desafección social hacia la política y de erosión democrática.

 

El informe ofrece otras muchas conclusiones interesantes, pero me he querido detener en esta.

Por supuesto, no ayuda mucho a la fiabilidad ver cómo algunos políticos se presentan a las elecciones con un programa que luego incumplen. O constatar que ese personaje toma decisiones y aplica medidas que para nada anunció en la campaña, y que incluso prometió que no aprobaría.

Volviendo al informe, considero demoledor que los ciudadanos hayan llegado a la conclusión de que, quienes deciden los destinos del país, quienes toman decisiones que condicionan la vida de todos, se mueven en un mundo ajeno, no conectan con las inquietudes y los problemas de la gente de a pie.

No creo que la realidad sea así, no de modo generalizado, pero los estudios ofrecen esa conclusión. Y tal sentimiento, que existe, introduce un grave factor de debilidad social, y hasta de peligro.

Desde mi punto de vista, concluir que los diputados y senadores, los ministros y altos cargos, los presidentes y consejeros autonómico, los alcaldes y concejales... no representan a los administrados constituye una auténtica catástrofe.

¿Han tomado nota los políticos, de todo signo? ¿Van a hacer algo para intentar remediar ese panorama? Mucho me temo que no.

editor@elconfidencialdigital.es

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