Dinamitar puentes y acueductos

Una de las tácticas desesperadas en las guerras convencionales es proceder a la voladura de los puentes. Casi siempre para impedir que el enemigo pueda cruzarlos en su avance.

Y una de las medidas presuntamente reformistas anunciadas por el Gobierno de Mariano Rajoy era poner orden, de una vez por todas, en el espectáculo de los numerosos puentes laborales, cuando no acueductos, de que disfruta este país.

La iniciativa tenía todos los apoyos de los empresarios, pero también de no pocos ciudadanos, que lo consideran una anomalía excesivamente hispana y nada conciliable con las naciones de nuestro entorno.

Pues, de lo dicho, nada. Al menos por ahora.

Los puentes resultan aún menos comprensibles, si miramos al exigente entorno económico en el que nos hallamos, con una crisis galopante y por lo visto interminable. Con crecimientos negativos, productividad altamente mejorable y, sobre todo, un paro del 25%.

Con ese panorama, permitirse paralizar el país durante tres, cuatro y hasta cinco días seguidos es una práctica suicida.

Ha ocurrido ahora con el puente del 1 de mayo (más el 2 de mayo en Madrid), volverá a suceder en la capital de España el 15 de mayo… y así uno tras otro, aquí y allá.

Me consta que muchos altos ejecutivos españoles están descontentos con el Gobierno por no haber puesto en práctica aquel anuncio de racionalizar los festivos, acercándolos al domingo, con el fin de minimizar los puentes.

Opinan que, además de una irracionalidad, constituye un auténtico despilfarro, un lujo de país rico que no nos podemos permitir.

 

Ya sé que, con esta propuesta, puedo granjearme no pocas enemistades, pero ¡qué le vamos a hacer! En fin, que hay que dinamitar puentes y acueductos (laborales) de una vez por todas.

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