Por la boca… Más allá de los gestos

Se acaban de cumplir los cien días de pontificado del Papa Francisco y todavía no han desaparecido los 'tics' colectivos que, casi siempre, entre admiraciones, provocan sus gestos.

Todo se vuelve en encomiar sus formas de actuar, cómo habla, cómo son los zapatos que usa, dónde vive, lo que come, dónde dice la misa, a qué hora se levanta, a quién recibe, qué es lo que regala, o los gestos que hace con las manos o si improvisa o no improvisa cuando se dirige a los fieles.

Y todo eso está muy bien, porque nos da la imagen concreta de una persona determinada y, a través de esa imagen pueden deducirse cosas más serias y profundas que los simples gestos.

Y ahí está precisamente el problema. Puede estar ocurriendo que los árboles de los gestos del Papa no nos dejen ver el bosque del contenido de sus palabras y de sus discursos.

El Papa Francisco dice mucho. Como no podía ser de otra forma dice lo de siempre, aunque lo diga de forma distinta y su mensaje lanza a la sociedad contenidos e ideas claros y diáfanos sobre la misericordia de Dios, el perdón, la vida, el matrimonio, la Iglesia, la sociedad, la función social de los bienes, la creación, la formación y la misión de los sacerdotes y los obispos, la misión y la responsabilidad de los laicos, la situación de la Iglesia en la sociedad, los sacramentos, la liturgia, la evangelización, la santidad e incluso la propia organización interna de la Iglesia.

El Papa Francisco es un hombre de oración. No se trata de comentar el gesto de que antes de decir su misa de cada día pueda vérsele rezando como uno más al fondo de la capilla de la residencia en la que vive. Se trata de reseñar que el Papa está rezando y se está preparando para esa Misa. No se trata de enfatizar si lleva unos u otros zapatos, se trata de resaltar cómo vive personalmente la pobreza.

Al parecer, el Santo Padre tiene la intención de concluir la encíclica que parece ser tenía comenzada su antecesor en relación al Año de la Fe. Muy posiblemente en esa encíclica se verá -anécdotas formales aparte- la categoría y la profundidad que como teólogo ha tenido siempre Jorge Mario Bergoglio. Para eso tampoco hace falta esperar a la posible publicación de su primera encíclica. Basta acercarse a sus escritos, a las respuestas a las entrevistas que se le han hecho a lo largo de su vida y a sus homilías como Arzobispo para ir más allá de la pura anécdota o de los simples gestos, por significativos que puedan ser o por populares que puedan resultar.

 
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