Por la boca… Illa maravilla

Illa (nada de maravilla) era el mantenedor de los juegos florales del nefando Simón (no el enterrador, sino el “cuasi”) y el Illa al que Sánchez facturó al Partido Socialista Cataluña, para desgracia de los catalanes y alivio del resto de los españoles. 

Hubo unas temporadas que en el estadio Santiago Bernabéu se coreaba “illa illa illa, Juanito maravilla”, en el minuto 7, número que lució en su camiseta el gran futbolista, el genio de Fuengirola, que fue un verdadero ídolo de la afición.

Pero en los terribles años de la pandemia, apareció otro Illa (nada de maravilla) al que Sánchez había nombrado ministro de Sanidad y que se aparecía a los españoles coronado por una especie de flequillo, voz meliflua y habla pausada, con una serenidad impostada y de guardarropía, para mentirles sobre el coronavirus, las consecuencias del coronavirus, el número de infectados por el coronavirus y la cifra de muertos a causa del coronavirus.

Illa (nada de maravilla) fue el desastroso gestor, primero negador, de la pandemia, el impresentable comprador de mascarillas y respiradores y el falaz propagador de consignas sanitarias a cual más descabellada y, por supuesto, ineficaz.

Illa (nada de maravilla) era el mantenedor de los juegos florales del nefando Simón (no el enterrador, sino el “cuasi”) y el Illa al que Sánchez facturó al Partido Socialista Cataluña, para desgracia de los catalanes y alivio del resto de los españoles. 

Pero hete aquí que cuando más distraídos estaban los catalanes con los arrumacos (interpretando “La Dama y el Vagabundo”) de Díaz a Puigdemont, en tierra extraña -que decía Conchita Piquer en el afamado pasodoble- aparece Illa en forma de interlocutor designado por Sánchez para negociar con el europrófugo del euromaletero. Pero como las exigencias del fugado no tienen fin y son de los más variados jaeces, dice que no “interlocuta” con el susodicho, que es un sieso y que dónde esté el gracejo y el palmito de Díaz que se quiten todos los de Vilanova i la Geltrú por muy catalanes que sean. Y que no “interlocuta” con el ex sanitario soso, ni harto de ratafía catalana o de cerveza belga.

Y mientras encuentra mejor acomodo, Illa (nada de maravilla) se dedica a decir memeces, a aludir a tópicos antiguos y a expeler excrecencias pseudocatalanistas, para descalificar a los catalanes que se sienten y son españoles y a los españoles que han osado manifestarse masivamente en las calles de Barcelona, en contra de la amnistía que su señorito, tiene urdida desde hace tiempo.

Illa (nada de maravilla) la emprende contra la derecha, la extrema derecha y no la emprende con los vendedores de mascarillas porque ya no se dedica a lo de la sanidad y porque no tiene a mano a Simón.

Cuando hasta los virus más recalcitrantes creían que se habían librado de Illa (nada de maravilla), reaparece tras el flequillo para decir mentiras y tonterías en cuanto ve encendido el piloto de una cámara: “No pediremos a nadie que renuncie a sus ideas políticas”.

 

Y hasta consigue que muchos tengan que agradecer a Puigdemont que le haya quitado de en medio.

La carcajada: Dice Robles: “Quienes pitaron a Sánchez faltaron el (sic) respeto a España en su conjunto. Hay que descalificar a los que silban”

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