Por la boca… Sánchez secuestra a Montesquieu

El que se hace con la jefatura de un partido hegemónico que -ganando las elecciones o mediante alianzas y coaliciones posteriores- ha conseguido la presidencia del Gobierno, tiene todas las bazas para, anulando a los otros poderes, mediante nombramientos camuflados en la soberanía del legislativo, detentar un poder absoluto basado en la falacia de los recuentos y en el número de escaños de que dispone en las distintas votaciones.

Decía Karl Jasper, filósofo y médico: “Los estados, cuando está ausente la justicia, solamente son una pandilla de bandidos. Cuando esos bandidos llegan a ser fuertes, aquellos estados, se convierten en parodias”.

Un legislativo carcomido, un ejecutivo malnacido y un judicial en el punto de mira que ha iniciado la resistencia, es lo que está dejando Sánchez de la teoría de Montesquieu sobre el equilibrio, la separación y el contrapeso entre los tres poderes de toda democracia; una teoría muy traída y muy llevada, pero poco practicada.

La partitocracia que domina todo el panorama político, no propicia que Montesquieu sea seguido por los políticos en ejercicio, con lo que la democracia deviene raquítica o simplemente desaparece, incluso en la vida interna de las formaciones sea cual sea su ideología.

El que se hace con la jefatura en un partido hegemónico que -ganando las elecciones o mediante alianzas y coaliciones posteriores- ha conseguido la presidencia del Gobierno, tiene todas las bazas para -anulando a los otros poderes mediante nombramientos camuflados en la soberanía del legislativo- detentar un poder absoluto basado en la falacia de los recuentos y en el número de escaños de que dispone en las distintas votaciones.Una vez fagocitado el Legislativo y aherrojado el Tribunal Constitucional, solamente parece quedar en pie el bastión de los jueces que, desde la cúpula al último funcionario, claman por su independencia.

Así pues, el poder, en su más amplio sentido, está en unas únicas manos. El truco consiste en atribuir todo el poder al Legislativo amparándose en la decisión de los ciudadanos al votar. Se dice que en el Legislativo reside la soberanía llamada popular y ante eso, ninguna otra instancia está por encima ni, si sucediera, resultaría democrático.

Sánchez está llevando esta situación hasta sus últimas consecuencias y, lejos de admitir su derrota en las elecciones, se escuda en negociaciones de las que resulta una mayoría de escaños que le permite hacer y deshacer en nombre de los ciudadanos y que, según sus planteamientos, es lo que han querido en las urnas.

Sánchez hurta su gestión a cualquier control. Sánchez suspende la vida parlamentaria a su antojo. Sánchez controla la Mesa del Congreso y todas las decisiones que de ella se derivan.

Sánchez tergiversa la doctrina de la disciplina de voto y exige sumisión total, impidiendo a los diputados no ya ejercer el voto en conciencia, sino cercenándoles de raíz su libertad de expresión.

 

Y todo ello con la apariencia de democracia, vitola que le otorga la mayoría parlamentaria.

No es que Sánchez haya enterrado a Montesquieu, es que Sánchez ha secuestrado a Montesquieu, lo usa en su beneficio e incluso se apodera de la personalidad del pensador francés. Montesquieu soy yo, parece decir.

No es que Sánchez haya obviado la división de poderes o la haya prostituido, es que la ha destruido. No es que Sánchez haya hecho desaparecer el Poder Legislativo, es que se ha apoderado del Congreso.En la sesión de investidura se ha podido constatar que la Cámara no existe y que la libertad de los diputados, está muy lejos de ser la que se pensó cuando se redactó la Constitución.

Es un Congreso enano, capitidisminuido, sin voz, con el voto previamente decidido y con los resultados conocidos de antemano. Un Congreso en el que ni se debate, ni se pacta, ni se toman decisiones.

No es que el Legislativo esté sometido al Ejecutivo, es que está sometido a Sánchez y a los intereses de Sánchez. Es falso que los españoles hayan votado lo que se ha votado en el Congreso. Las coaliciones y los pactos, son perfectamente legítimos siempre que se expliciten en los programas electorales y los ciudadanos las conozcan a la hora de votar y, en el caso de Sánchez, pactos y negociaciones, no solamente no se anunciaron antes de las elecciones, sino que Sánchez los negó expresamente.

En cualquier caso, el problema -usando una manga muy ancha- no es la negociación, ni siquiera con quién se negocia.

El problema de las coaliciones, los pactos y las negociaciones de Sánchez, es lo que Sánchez, ha pagado, lo que Sánchez está pagando y lo que Sánchez va a tener que seguir pagando.

La carcajada: De un humorista francés: “Los tontos se atreven a todo, es en eso en lo que se les reconoce”.

Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato