Menos bromas con Cataluña

No hace demasiados años, era impensable escuchar las cosas que se escuchan en relación a Cataluña y sobre todo que, tras escucharlas, no ocurriera nada.

Cosas como la posibilidad de independencia, el derecho a decidir, la inmersión lingüística, las selecciones deportivas, el etiquetado de los productos o el nomenclátor de calles y establecimientos públicos, entre otras, se tomaban a broma o eran objeto de chistes más o menos graciosos. Todo lo más, se hablaba de ideas descabelladas, de iniciativas imposibles o se intentaba un absurdo boicot a productos y mercancías procedentes de Cataluña.

Todo  eran los delirios separatistas de unos pocos que se caerían por su propio peso y a los que no había que dar mayor importancia, porque no la tenían.

Ahora –no ha pasado tanto tiempo- esas cosas ‘sin importancia’ están en la mesa de posibles negociaciones, forman parte de la agenda de cualquier político en el Gobierno o en la oposición y,hace pocas semanas, se colocaron en los primeros lugares entre las prioridades de la lista de problemas que, algunos, adjudicaban a Felipe VI en el momento de comenzar su reinado.

Llegan de Cataluña ruidos de sables y de motores de barcos de guerra y hasta se quiere reclutar a cerebros privilegiados para formar un servicio de inteligencia. Ejército y espías que hay que prever y preparar para cuando, tras el referéndum, España invada Cataluña.

Y reaparece la guerra de guerrillas, como la única forma de oponerse al futuro invasor.

Una vez más, voces apresuradas, se han alzado para volver a la cantinela del absurdo, del ridículo y del chiste. Lo de siempre. Pero sería conveniente y hasta oportuno que esas cosas ‘sin importancia’ se cortaran de raíz y se pusiera, en todo y en todos, un poco más de cordura.

Ni Cataluña ni los catalanes se merecen tanta broma. Bien están las bromas, pero todo, las bromas también, tiene un límite.

 
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