Celáa gana, como El Cid, después de cesada

Isabel Celáa.
Isabel Celáa.

La ley Celáa es una de las más importantes operaciones y con más calado social de todo lo que está “cometiendo” Sánchez para cambiar España y la manera de hacer y de pensar de los españoles, fundamentalmente de las nuevas generaciones.

Como todo lo que se refiere al Cid y sus andanzas -a pesar de los impagables estudios de don Ramón Menéndez Pidal- lo de la batalla después de muerto no deja de permanecer en una especie de nebulosa.

Lo que sí está fuera de toda duda –como, con toda seguridad, los hijos putativos de Celáa (los hijos no son de los padres) ignoran e ignorarán los venideros, con la ley que lleva sus nombre- es que ni Charlton Heston era El Cid, ni Sofía Loren doña Jimena, aunque a los adoctrinados por la Ley Celáa esto les traiga al pairo, porque enfrascados en las ideologías de género y en los talleres de educación sexual de Montero (la de turismo en Nueva York) y en lo de las destrezas y habilidades, seguro que también desconocen la épica película que dirigió Anthony Mann.

El caso es que la ley Celáa ha sido aprobada, blanqueada y aderezada por el Tribunal Constitucional de Sánchez y en el que ejerce su más rendida pleitesía Pumpido, con la mismísima Celáa fuera del Gobierno y viviendo en Roma en el palacio Monaldeschi (llamado palacio de España, mientras Ponsatí no diga lo contrario) como embajadora y representando, no a Sánchez, sino a España ante la Santa Sede. Todo lo cual no deja de ser una especie de milagro, concomitancias aparte.

La ley Celáa es una de las más importantes operaciones y con más calado social de todo lo que está “cometiendo” Sánchez para cambiar España y la manera de hacer y de pensar de los españoles, fundamentalmente de las nuevas generaciones, porque en una sociedad tan fragmentada y polarizada -por más que Sánchez quiera vender la mercancía averiada de la cohesión- la enseñanza es uno de los grandes caballos de batalla.

Pero con independencia de la enorme carga ideológica de esas leyes, todas manejan una serie de conceptos que son auténticos tópicos que se dan por buenos y que suponen un cúmulo de despropósitos bien ajenos a la realidad.

A saber:

-Las destrezas se enfrentan a los saberes.

-Se rechaza  la memoria y el aprendizaje de conceptos universales.

 

-Se aduce la necesidad de adaptar los planes de estudio a una mayor operatividad en la vida laboral y a la realidad cambiante de la sociedad.

-Se afirma que hay que subordinar los saberes a la demanda de las empresas en busca de un mejor acceso a los empleos.

-Se abandonan las humanidades en beneficio de las llamadas nuevas tecnologías y se afirma que lo moderno y lo progre, es sustituir la tiza y la pizarra y los apuntes y hasta el bolígrafo, por el ordenador; se rinde culto a la tecnología y se arrumba el libro en beneficio de la Wikipedia; y, por supuesto, por ningún lado aparece “la búsqueda de la verdad” que caracteriza y debería presidir todo plan de estudios.

Todo ello sin entrar en desafueros como el hurtar a los padres su derecho y su libertad para educar a sus hijos, o la atrocidad que supone la desaparición de la enseñanza para niños y jóvenes con necesidades especiales

Mientras no se demuestre lo contrario, a la escuela, al instituto y por supuesto a la universidad, se va a aprender y como decía el profesor Maravall Casesnoves, insigne catedrático de Historia del Pensamiento Político, “a aprender a aprender”.

Al parecer ya se han hecho algunos ensayos derivados de la Ley Celáa, aplicando el sofisma de las destrezas y reduciendo la filosofía y la historia, en el mejor de los casos, a simples “marías”. Por supuesto lo resultados de esos ensayos hasta el momento se desconocen.

Se trata de no enseñar a pensar, ni a juzgar y de obviar el espíritu crítico de nuestros jóvenes, dejándoles ayunos de cualquier posibilidad de tener ideas propias sobre las más variadas facetas de su transcurrir vital en la sociedad actual, abandonándoles en manos de los influenciadores (influencers se dice ahora), políticos, ideológicos y hasta asesores de moda...

Si cada partido o reducto de pensamiento quiere llevar el agua de la enseñanza a su molino, bien está y allá sus votantes. Pero querer camuflar los intereses ideológicos, con las llamadas destrezas, con un falso progreso, con unas supuestas necesidades para conseguir empleo o de pretendidos avances tecnológicos, no deja de ser un fraude y un mal servicio a las nuevas generaciones.

La carcajada: De Sánchez, dice Calviño, se supone que en plena levitación: “Dice lo que hace y hace lo que dice”.

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