Crucifijos que a unos pocos molestan

            Compromís en Castellón ha puesto su prioridad en que se retiren los crucifijos de las habitaciones del Hospital Provincial de Castellón, a la vez que ha anunciado Carles Mulet que Mónica Oltra prepara diversas iniciativas en Las Cortes Valencianas para que se eliminen los crucifijos de los hospitales públicos. Asombra que, en su agenda política, Compromís dedique tiempo y energías a esta iniciativa. Lo que tal vez no preveía Compromís es que los trabajadores y pacientes del Hospital Provincial han mostrado su total desacuerdo, y en estos momentos ya han firmado 38.340  personas, de toda España,  en contra de la propuesta de la coalición Compromís.

            El asombro es relativo. El lector recordará que, en Zaragoza, Chunta Aragonesista propuso en febrero de 2012 retirar el crucifijo del Salón de Plenos y de cuantos lugares estuviera presente en el consistorio. Su propuesta no salió adelante, entre otros por el voto  de Juan-Alberto Belloch, alcalde socialista de la capital aragonesa, que argumentó que el crucifijo es un elemento cultural de nuestra historia, no un elemento de desunión ni contrario al derecho de libertad religiosa.

            ¿Recuerda el lector qué partidos políticos integraron Primavera Europea en las pasadas elecciones europeas del 25-M? Casualmente, Compromís, Chunta Aragonesista y Equo, que obtuvieron un diputado y 302.000 votos. Esa es su fuerza y arraigo ciudadano, un poco más del 1% de los votos emitidos: respetable, pero que hay que situarlo en su justa medida. Toda una casualidad que la retirada de crucifijos la defendiera Chunta Aragonesista, y ahora Compromís, unidos en una candidatura. Aunque pocos aciertan a entender cómo unos partidos que se proclaman ecologistas ven como un gran peligro el “ecohumanismo” mayoritario la presencia de crucifijos, que parece provocarles sarpullidos.

            Está claro que la lucha contra los crucifijos forma parte de una estrategia política diseñada de largo alcance.  ¿Motivos? Desde luego, es un intento de imposición antidemocrático, puesto que la mayoría no lo pide. Algunos esgrimen que así quitan apoyos a otros partidos de izquierdas. Ese rancio anticatolicismo comienza por lo que parece más sencillo, quitar unos crucifijos, pero el plan incluye eliminar cuanto represente valores católicos en hospitales, centros educativos, calles y plazas, bajo el sofisma de “respetar” a los no católicos. Compromís no recoge el sentir ciudadano, quiere relegar el catolicismo a las catacumbas, y se cava su propia fosa política, porque todo lo “anti” repele, salvo que yo esté equivocado.

 
Comentarios