Mediocridad de las universidades españolas

Tenemos en España 82 universidades, de las que 54 son públicas y 28 privadas, entre ellas algunas no presenciales. Es decir, de media cada provincia tiene casi 2 universidades, dato en sí mismo poco significativo, ya que no es lo mismo la provincia de Madrid, Barcelona o Valencia por su población que provincias infrapobladas como Soria o Teruel, y lo digo sin ningún tipo de ironía, porque soy turolense.

Todavía recuerdo un chiste en un periódico nacional, en la década de los 80, que reclamaba una universidad para Teruel – que no la tiene, sólo centros universitarios dependientes de la Universidad de Zaragoza, lo cual me parece muy sensato-, y que, al margen de la anécdota, reflejaba el descontrol y la avidez por el número de universidades.

¿Algunos ejemplos? Murcia tiene tres universidades. Castellón tiene dos facultades de Medicina desde hace pocos años, en plena crisis, una pública y otra privada, y tiene a pocos kilómetros Valencia, por ejemplo.

Se han primado criterios políticos, geográficos o políticos por encima de los que debían haber predominado, que son los académicos y científicos. Gastamos mucho en las universidades, se han multiplicado grados, tenemos 1,6 millones de estudiantes universitarios, y salta a la vista la mediocridad que caracteriza nuestro sistema universitario, reconocido por profesores y estudiantes, una y otra vez, sin que parezca existir solución, o al menos nadie se atreve a acometer las reformas universitarias.

Hace unos meses, Pablo Iglesias, el líder de Podemos, se sumó al clamor, diciendo que en España sobran universidades. Luego matizó sus palabras, y dijo que sobraban universidades privadas. Lo más probable es que sobren universidades públicas y privadas.

El PP llevaba en su programa de 2011 una reforma universitaria, fusionando grados. En 2012 seguía afirmándolo, ya en el gobierno. Pero, como en otras materias, no ha cumplido su promesa electoral.

Sólo el 80% de los estudiantes universitarios finaliza sus estudios. No sucedería si estudiar en la universidad fuera una inversión más costosa para las familias y los estudiantes, por supuesto incrementando las becas para que no quedaran excluidos por motivos económicos los merecedores de ese esfuerzo. Sin embargo, la universidad sigue con su decadencia, y seguimos escuchando frases como “matriculas en la universidad a un mono, y obtiene el título”, o lindezas por el estilo, que reflejan el desprestigio que tiene la universidad en nuestra sociedad.

En España se habla desde hace décadas de la necesaria “reforma universitaria”. Sólo se han llevado a cabo retoques, y sobre todo se ha aumentado el número de universidades y de estudiantes. Vamos, que la reforma ha sido invertir en cantidad, olvidando la calidad, y así nos va cuando el ránking de Shangai evalúa las universidades del mundo.

Gobierne quien gobierne tras las elecciones generales próximas, volveremos a escuchar con toda seguridad promesas de reforma universitaria, de acabar con la endogamia, de limitar abusos. Sólo pido, que no es poco, que se apueste por la calidad y se eviten demagogias, pero no soplan vientos en nuestro país favorables al rigor, y nos seguirá pareciendo que es sinónimo de progreso que todo el mundo que lo desee tenga un título universitario, pagado con los impuestos de todos.

 

La universidad española necesitaría un gran pacto entre comunidades autónomas y el Gobierno, porque la tendencia es afirmar que sobra el vecino, no uno mismo. Siendo realista, pienso que no se hará, pero es una lástima. Nos llena ser los mejores en el fútbol, paseando por el mundo los méritos del Madrid y del Barcelona – con presupuestos de primera potencia-, a los que se unen Sevilla y Atlético de Madrid. No sólo es responsabilidad de gobiernos y equipos de gobierno de las universidades, algo hay en nuestro ADN que con paciencia hay que cambiar.

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