ETA o cuando del surrealismo al sainete no hay más que un paso

Algún día nos enteraremos de qué es lo que realmente se está cociendo aquí. La historia demuestra que resulta tremendamente complicado esconder cadáveres en el trastero. Huelen fatal y acaban saliendo del armario. Y no hay dinero para pagar a tanto desgarramanta como es necesario para dar vida a la trufa.

Pero, mientras tanto, asistimos perplejos al último intercambio de gestos entre nuestros dirigentes y los chicos de la serpiente. Todo resulta enormemente confuso. Confuso y sospechoso. Fíjense en la última sucesión de los hechos a la que hemos asistido.

Gracias quizá al ‘ego’ de un político del PSE, se filtra que el Gobierno se ha visto con una delegación de etarras en un país extranjero. A las pocas horas salta a la escena pública don Alfredo Pérez Rubalcaba para declarar que no existen “datos relevantes” del proceso de negociación con ETA, en una rueda de prensa surrealista. ¿Para qué convocó ese paripé, señor ministro? Pronto lo sabremos.

Al poco, se descubren dos zulos de la banda en el País Vasco. Uno de ellos, instalado unas 72 horas antes por los violentos. ¡Qué casualidad sabiendo como sabemos que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tienen orden de otear pero no de actuar… salvo en casos como éste! ¿Un señuelo pactado por el Ejecutivo con la banda para vender a la ciudadanía, a cambio de esa ‘kale borroka’ de puertas afueras que ETA-Batasuna necesita para mantener unida a sus bases?

Alguno dirá que se trata de una calentura mental, la enésima teoría conspiratoria del momento, pero le reto a que encuentre entonces una explicación a este intercambio de acciones, casi milimétricamente cuadradas. Y, sobre todo, que nos dé una respuesta a la siguiente pregunta: visto lo visto y el tono que están empleando ambos contendientes, ¿por qué las partes no han roto ya la negociación?

Lo dicho: esto comienza a sonar a sainete perfectamente orquestado y medido. Y eso, señores del Gobierno, se llama acudir a la partida con las cartas marcadas, una actuación más propia de fulleros jugadores de casino cutre que de responsables legisladores de la cosa pública. Algo que difícilmente perdonarían los ciudadanos.

 
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