Si el Presidente estuviera de vuelta (de Estocolmo)

¿Existe un modelo de Estado que haya logrado dotar de bienestar a la ciudadanía mediante decisiones políticas, un estricto monopolio, cargas tributarias poderosas para los más ricos, una musculosa seguridad social, una educación “desde arriba”, un consistente desvelo sobre niños y ancianos, y restricciones a toda empresa que sólo busque el rédito individualista?

Suecia. Si ha existido un país que se haya significado a nivel internacional por intentar implantar el Estado del bienestar como paraíso, ese ha sido Suecia. Mucho se ha escrito precisamente acerca del “modelo sueco” y el “estado providencia” que han ensayado los nórdicos en un esfuerzo brutal por surtir plenamente todas las necesidades del individuo.

Sin embargo, todo este empeño parece haber devenido en un rotundo fracaso. Hoy en día, en Suecia se puede elegir con entera libertad por la medicina privada, subvencionada ya parcialmente por papá Estado. Los suecos pueden decidir qué canal de televisión seleccionar, en qué fondo de pensiones invertir o con qué servicio de correos enviar sus cartas.

Aunque parezca increíble, en 1990, cualquiera de estas prácticas hubiera sido poco menos que una quimera, un sueño inalcanzable para cualquier ciudadano de a pie. El “estado providencia” velaba por ti y uno sólo tenía que dejarse llevar.

He dejado para un aparte el “modelo” educativo sueco, que también ha gozado de unos rasgos definitorios muy particulares. En 1979, en Suecia se votó una nueva ley de las familias, que fue parcialmente replicada más tarde por Finlandia (1984), Noruega (1987), Dinamarca (1997) y, finalmente, por Alemania (2000). Se trata de una ley que prohíbe, por ejemplo, cualquier castigo físico al menor, una bofetada o un par de cachetes. Según la ley sueca, no se pueden imponer reprimendas, ni actos humillantes a un niño.

Es la constatación de un hecho sin precedentes: la quiebra por parte del Estado del último bastión de los ciudadanos, su irrupción directa en la vida privada y en la intimidad de la familia. Es el poder sin límites de la Administración Pública que se propone como padre y educador universal. Ojo: tanto para los niños como para los padres.

Es más. De algún modo, a quién se criminaliza con esta manera de proceder es principalmente a la familia. Esta ideología invierte el estado natural de las cosas y considera al núcleo familiar como un entorno por definición peligroso y dañino para los menores. No sólo se estigmatiza a los padres sino también a la familia como institución.

Las consecuencias de esta forma de entender las cosas no se han hecho esperar. La Dirección Nacional de Sanidad y Bienestar Social sueca acaba de hacer pública una estadística sobre la situación de los jóvenes en el país. Según ha publicado recientemente el Svenska Dagbladet (uno de los diarios de más tirada del país), el 90% de los suecos mayores de 16 años consumen alcohol de forma habitual y uno de cada seis estudiantes de bachillerato ha consumido drogas. Por primera vez en Suecia, las chicas de 15 y 16 años consumen tanto alcohol como los chicos: 3,2 litros de alcohol puro al año, lo que equivale a 64 litros de cerveza.

En cuanto a la violencia, el 17% dicen haber sufrido amenazas o actos violentos durante un año y el 10%, durante más tiempo. El 15% de los estudiantes de 16 años reconoce haberse peleado, haber robado o haber sido robado, o haber discutido con la policía después de consumir alcohol. En 2003, 23.000 jóvenes de 15-20 años –el 3,5% del total– fueron juzgados en los tribunales.

 

El tan alabado modelo educativo sueco no ha cumplido con éxito su misión de conducir a los jóvenes hacia la madurez. Y en Suecia, la cuna del progresismo social, comienzan a escucharse voces que hablan ya abiertamente de recuperar a la familia. “En la sociedad de hace unos años –declaraba recientemente un educador del país-, donde se han formado la mayor parte de los que actualmente ejercen el poder, eran los padres, los abuelos, la escuela, el lugar de trabajo quienes influían positivamente en la juventud.  Pero hoy, los mayores han desaparecido y aunque los abuelos siguen siendo importantes, no viven cerca de los jóvenes”.

Suecia quiso sustituir a la familia (como entorno educativo y modelo de vida) por los colegas, los propios compañeros, los amigos, la cultura “juvenil”. Se ha intentado alejar al niño de su historia, desbastar la experiencia de las generaciones que le han precedido y “liberarlo” de su progenie hasta hacer tabula rasa. El poder totalitario quiere disociar la familia (y la tradición que esconde) para lograr establecerse. Sólo de esta manera puede nacer un “hombre nuevo”. El Estado necesita individuos sin referencias morales o culturales. Ellos son los más fáciles de influenciar.

El problema ha surgido en pleno siglo XXI. Suecia se ha dado de bruces con la resultante de pasar a nuestros infantes por esta singular turmix providente. Al menos en Estocolmo comienzan a tenerlo claro y parecen estar de vuelta.

Ojalá nuestro Presidente no veraneara en Lanzarote sino en Estocolmo y constatara con sus propios ojos a dónde nos lleva. Ojalá nuestro Presidente estuviera ya de vuelta… de Estocolmo. No soy un experto en poesía pero me impactó aquella frase de Hölderlin, cuando dejó escrito: “Lo que hace del Estado un infierno es que el hombre intenta hacer de él su paraíso”.

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