Vidas no paralelas: Rajoy y Sánchez

Rajoy es cauteloso y precavido. Luce más en el pequeño ámbito que en el grande. El público le intimida. Cuando no tiene más remedio que dar la cara, imposta la voz, los gestos son rígidos y da la sensación de que no está a gusto. Él mismo lo ha visto en la campaña y ha intentado mostrarse más “cercano”. Tanto que que un pobre desgraciado ideologizado, de su propia ciudad, le ha dado un puñetazo y partido las gafas.

Rajoy se muestra seguro en sus convicciones, a las que se aferra. Es flexible cuando ya no hay más remedio.

No es elocuente hablando en público y su mayor atractivo es la mordacidad, cuando le dan pie. Pertenece esa especie de líder prosaico y un tanto gris, pero sin tentaciones de extravagancias. En las valoraciones de líderes casi siempre es el último.

Tiene 60 años y apela a la experiencia.

Sánchez da la impresión de actuar según un guión que ni él mismo se cree. En el debate del lunes pasado, al comenzar él los duros ataques, se lo veía sobreactuado. No parecía convencido de lo que decía, sino que cumplía una consigna de campaña: ¡pégale duro en la corrupción!

La dificultades que ha encontrado en su propio partido, que es una opinión muy extendida, se debe, además de las zancadillas cainitas de siempre, a esa apariencia de falta de convicción, que es un defecto involuntario, pero señala una falta de liderazgo.

Con él, el PSOE ha pactado con Podemos (Madrid,Toledo), con Compromís (Valencia), con Ciudadanos (Andalucía). Su objetivo es desalojar al PP.

Tiene 43 años y, por eso, menos experiencia que Rajoy.

Si Rajoy parece inmóvil, Sánchez parece demasiado volátil.

 

Llegado el caso y con una mayoría suficiente, Pedro Sánchez, ya seguro, sería tan buen presidente del Gobierno como Zapatero, sea eso lo que sea. El poder cura, o cubre, casi todo.

Los dos, y también Rivera e Iglesias, se mueven en las coordenadas que tenemos: el pésimo régimen que es la partitocracia, que hace que el llamado “pueblo soberano” no lo sea tanto.

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