La familia es lo primero

Carmena, a su sobrino político, el gran controlador. Colau a su pareja. Y hay más casos. Y los habrá, una vez que se vea que no pasa nada.

Como ahora gobiernan, tienen oposición. Y la oposición dice que estos detractores de la casta siguen los mismos pasos que la casta. Un argumento circular y peligroso.

Pero la cosa es mucho más antigua y va más allá de la coyuntura política española y de cualquier coyuntura. Colocar a los allegados es algo que está casi en la estructura del ser humano. Es así desde el principio, Adán colocó a su hijo Caín de agricultor y a Abel de pastor. (Es cierto que la cosa acabó mal, pero esa es otra historia).

La lista de gente con poder que ha colocado a su familia es interminable. Un caso importante, el de Napoléon. En España nos colocó a José, al que llamaron, un tanto injustamente, Pepe Botella, pero eso era solo la mínima oposición que podía hacerse contra un invasor. El Renacimiento y el Barroco está lleno de papas nepotistas.

Toda dinastía, de cualquier tipo, es eso: colocar a la familia. Como en la Mafia.

Se dirá: una cosa es colocar a un familia en una empresa privada y otra pagando con dinero público, que solo sale de un sitio: de los impuestos que pagamos (casi) todos. Es verdad, pero separar estrictamente lo público de lo privado exige tal nivel de honradez, tanta virtud, que es explicable que no sea cosa demasiado extendida en una época líquida y cínica.

Lo único claro de esta historia es que quienes iban de regeneradores y parteros de un mundo nuevo caen en los comportamientos, no ya de “los anteriores”, sino los de toda la vida: primero, los míos. Porque como muy bien resume la pensadora Belén Esteban: “Por mi hija, ¡mato!”

 
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