La democracia de la corrupción
La corrupción ha sido y es (se intuye que queda mucha por destapar) una realidad y una vergüenza. Han metido las manos gente del PP, del PSOE, de CiU, de IU, de UGT, de Comisiones... Algunos presuntamente; otros indudablemente.
Pero se celebran elecciones, por ejemplo, las andaluzas de marzo y parece que el escándalo de los ERE’s falsos no pasa factura al PSOE, como la corrupción en Valencia no se la pasó al PP. Esto es lo que hay que explicar.
No dudo de que la mayoría de los políticos, de cualquier partido, no se lo llevan. A quien sonría ante esa última afirmación se le podría preguntar: “¿Cree que en el pueblo representado no hay también muchos que se lo llevan?” El porcentaje de políticos chorizos quizá sea representativo del de ciudadanos chorizos. Eso sería la democracia de la corrupción, además de la corrupción de la democracia.
Platón cuenta en el libro segundo de La República que un pastor, Giges, encontró un anillo de oro con la propiedad de hacerle invisible. Sedujo a la reina, mató al rey y se hizo con el poder. Hoy el anillo de Giges es precisamente el Poder.
La cuestión es: ¿seríamos honrados si pudiésemos actuar con total impunidad? Hay gente que si puede pillar sin que la trinque, pilla. ¿Cuántos? He leído en alguna parte, aunque no sé cómo se hacen esos cálculos, que uno de cada diez españoles ha hurtado algo ajeno. Quitando a los muy niños y a los muy viejos y sin fuerzas, eso daría unos tres millones de ladrones y ladronas adultos.
La corrupción del político es del mismo género (aunque distinta especie) que la corrupción de la gente común. La nueva especie se debe a las graves circunstancias agravantes: traición a un mandato; alevosía por notable impunidad; mayor cantidad; insulto a la esperada ejemplaridad; y una notable dosis de hipocresía.
Ahora se dice: votemos a Ciudadanos o Podemos que no están corruptos. Así es: todavía no han tenido ocasión de encontrar su anillo de Giges.
