¿Dónde habrá ido a parar la coherencia?

Ser coherente es dar tu palabra y cumplirla, responder de los propios actos y respetar los principios que se dice asumir.

No hace falta citar casos de políticos que dijeron ayer una cosa y hoy la contraria, sin que se les caiga un pelo. Como afirma Pablo Iglesias eso es “cabalgar en las contradicciones”. Pero si se santifica la contradicción la coherencia sale corriendo.

La coherencia no está reñida con el cambio: si se me ofrecen nuevos datos, habré de cambiar mi respuesta. No se trata de eso: se trata de no querer tener un pensamiento de fondo y una norma básica de conducta para así poder adherirse cada día a lo que conviene. Lo de ayer era ayer y hoy es hoy.

No sé si en la sociedad se está extendiendo la incoherencia. Hay millones de personas que, en su vida familiar y laboral, se comportan con coherencia y, por eso, con dignidad. Si así no fuese, el país habría dejado de funcionar desde hace tiempo. Lo que sucede es que, como es habitual, lo bueno no tiene prensa y llama más la atención lo pintoresco, distinto y alternativo.

La política que se hace hoy se arroga ser representativa del conjunto de la gente, lo que es un error grosero. Si por sociedad civil entendemos al conjunto de gente que no tiene cargos políticos ni está en los arrabales del poder, esa sociedad está llena de gente coherente, honrada, aunque haya también un porcentaje de pícaros (al fin y al cabo, la picaresca se inventó aquí).

Llevamos más de un mes con un Gobierno solo en funciones y la vida sigue. Hay países que han estado más de un año así. Hay un tran tran de la vida que funciona casi solo, en parte por necesidad y en parte porque hay mucha gente decente que, pase lo que pase, cumple con su trabajo y no solo por el sueldo.

Esa misma gente es la que vota. Lo grave es que ha de votar

entre opciones que pueden ser igualmente impresentables, aunque por motivos distintos. En estos días hay que hacer un esfuerzo sostenido para que la política no dé asco.

 
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