No votar a políticos que insulten

Esta idea, que siempre he tenido, se ha renovado al releer la Ética a Nicómaco, de Aristóteles, un sabio de tal calibre que se necesitarían cien de los actuales para hacerle un poco de sombra. En ese libro están las páginas más bellas que se han escrito sobre la amistad. Y, muy propio de Aristóteles, le preocupa la falta de amistad en política.

Escribe: “La amistad también parece mantener unidas las ciudades y los legisladores se afanan más por ella que por la justicia. En efecto, la concordia parece ser algo semejante a la amistad y a ella aspiran sobre todo, y en cambio procuran principalmente expulsar la discordia, que es enemistad”.

Quizá debería haber escrito: “los legisladores deberían afanarse más por ella...” Porque no lo hacen, ni en tiempos de Aristóteles, ni a lo largo de la historia (con alguna excepción), ni hoy.

España, hoy. Entre los políticos de distinto signo en la amistad es en lo último que se piensa (de nuevo, con excepciones laudables). Hay mucho insilto, incluso calumnias, enfrentamientos, ganas de desunir, hasta odio. Se echan en cara mutuamente supuestos o verdaderos errores, hasta el más mínimo “lapsus linguae” que en realidad no tiene importancia. Todo vale para descalificar.

Es verdad que política quiere decir conflicto, porque es algo de la vida humana y en esta, junto al acuerdo, está el desacuerdo. Pero precisamente por eso habría que insistir más y vivir más, por tópico que suene, lo que une y no lo que divide.

Se habla continuamente de las próximas elecciones generales, aunque falten cuatro meses. Yo ya tengo pensado mi voto: al partido cuyos políticos no insulten al adversario. Al que demuestre ser más amigo de la concordia. La sigla me da igual, lo mismo que sea de izquierda o de derecha. Por sus insultos los conoceréis.

Y si todos insultan votaré en blanco.

 
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