Del abuso de la mentira al resplandor de la verdad

         El último término lanzado a la opinión es deepfake. Hoy la mentira viene del que fuera paraíso anglosajón de la veracidad. Basta pensar en la precampaña presidencial de Estados Unidos o en la lupa constante -y no necesariamente amarilla- sobre la casa real británica. Pero los continentales no vamos a la zaga, como se ha comprobado –no hace falta mencionar, por bien conocida, la triste situación española- ante situaciones críticas europeas a propósito de la agricultura o la energía nuclear, como resume un cronista de Le Monde crítico con el gobierno francés, que no duda en disimular o retener informaciones cruciales para el debate democrático.

         Hace muchos años, un conocido periodista mantuvo la tesis de que la objetividad es imposible. No era el prototipo de escéptico, porque añadía: “pero la voluntad de ser objetivo puede darse, o no”. Me parece recordar que a George Braque, cofundador del cubismo con Picasso, le gustaba repetir que “la verdad existe, solamente se inventa la mentira”.

         El progreso tecnológico multiplica las posibilidades de la información, pero también las de la manipulación y el engaño. Por mucho que se escriba de los algoritmos anónimos y automáticos de la inteligencia artificial, se acaba descubriendo la presencia de una voluntad humana. Cada vez es más fácil encontrar lo verdadero, pero, si uno no lo quiere aceptar, tampoco le resulta difícil mentir o endulzar imágenes, en este reino planetario de lo audiovisual en el que la trasparencia sigue sin ser espontánea.

         Mis padres no me mintieron, pero no me lo dijeron todo. Tampoco hacía falta, porque la desgracia que se cernió sobre el abuelo paterno, maestro nacional, no me afectaba ya: acababa de morir poco antes de mi nacimiento. Años después, en los frescos veranos segovianos en casa de una de las dos abuelas, lejos del rigor térmico madrileño, subí muchas veces al cementerio del Santo Ángel, donde estaba enterrado Frutos Bernal. Su viuda, Eduarda, limpiaba la tumba y rezaba por el padre de sus numerosos hijos.

         No podía imaginar que ahora, tanto tiempo después, y gracias a los buenos oficios de un historiador, Gregorio González Roldán, conocería la hoja de servicios de mi abuelo, y las dolorosas circunstancias de su a todas luces injusta depuración en el contexto de la tragedia de la guerra civil española.

         Pienso hoy que puedo haber heredado algo genético en mi rechazo a infamias, calumnias y mentiras: esa violencia de la verdad sobre las personas puede tener graves consecuencias en sus vidas, sobre todo, porque no es fácil demostrar la inocencia ante la acusación falsa, aceptada como auténtica por quien detenta –uso el sentido clásico del término- el poder jurídico en un momento dado. La historia es antigua, como se advierte en el bíblico Libro de Daniel...

         Se comprende la importancia que la Unión Europea concede al estado de derecho y a la seguridad jurídica, dentro de las competencias propias, pues ha reconocido y valorado siempre el principio de subsidiariedad. Justamente por el respeto a las tradiciones históricas de cada país, se avanza poco a poco en la construcción de un espacio jurídico común, también en el ámbito del derecho penal, que aproxima las legislaciones en la medida de lo posible, y no sólo en aspectos tan anecdóticos como la sanción de las infracciones de tráfico cometidas fuera del propio país.

         Se comprende, en fin, que no se pueda ceder ante el uso y abuso de la mentira, la manipulación y el disimulo en la vida pública, que destruyen los restos de confianza de los ciudadanos en sus dirigentes: su refugio es la abstención, aunque no sea tan masiva como en Irán ni tan falsificada como en Rusia. Al contrario, importa mucho recuperar la belleza de la verdad, con la esperanza de que se imponga su resplandor, que no es mero brillo superficial, como escribió Alejandro Llano: “tiene algo de absoluto, luminosidad interna que serenamente se difunde; como aquel personaje de Miguel Delibes, esa señora de rojo sobre fondo gris, de quien nos dice el escritor castellano: ‘Con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir’”.

 
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