Se ciernen sobre Taiwán las amenazas e intimidaciones de China

Presidente de China, Xi Jinping.
Presidente de China, Xi Jinping.

         La semana pasada los ciudadanos de Taiwán elegían como presidente, sin sorpresas, a Lai Ching-te, firme defensor de la independencia del archipiélago que China querría reincorporar a su territorio, puesto que lo sigue considerando una provincia. Por eso, Pekín habla de separatismo, mientras que en la isla ha ido creciendo la conciencia de su singularidad, también por oposición al dominio totalitario del partido comunista chino. En concreto, incluso entre partidarios de la reunificación, influye demasiado la triste experiencia de Hong Kong: nadie cree ya a Xi Jinping cuando promete la fórmula “un país, dos sistemas”.

         Pero el líder comunista no cesa en sus amenazas. Las continuas declaraciones sobre una reunificación a la fuerza, si fuese necesaria, van unidas a expresiones prácticas y continuas de presión, tanto económica, como sobre todo militar, como se vio el año pasado con importantes maniobras en torno al archipiélago. Ahora, apenas concluido el proceso electoral, el ministerio de defensa de Taiwán lamentaba el 18 de enero la presencia de veinticuatro aviones y cinco buques chinos alrededor de la isla, sin respetar las líneas de demarcación territorial.

         Este foco de tensión se suma lógicamente a los demás conflictos actuales que agudizan la oposición entre occidente y el sur global, a la que se incorporaron recientemente las acciones de los hutíes del Yemen en el Mar Rojo contra el pacífico comercio internacional. En las principales contiendas existe siempre un trasfondo chino, que adopta distintas manifestaciones. Puede no apoyar formalmente a Moscú respecto de Ucrania, pero alivia y se beneficia de las sanciones. Y nadie se extraña de que los hutíes afirmen que asegurarán la libre navegación de los barcos rusos y chinos. Entretanto, Gran Bretaña y Estados Unidos atacan el territorio dominado por los rebeldes, próximos a Irán, a pesar de que Washington los había quitado de su lista de organizaciones terroristas en 2021: simplemente, para no entorpecer las acciones humanitarias, indispensables para más de las dos terceras partes de la población, a consecuencia de la duradera guerra civil contra el gobierno local, sostenido por una coalición militar dirigida por Riad.

         A la aparente neutralidad de China en estos conflictos se une la actitud del primer ministro Li Qiang, nombrado hace menos de un año, en sus intervenciones en el Foro de Davos, respaldadas por la presencia de varias decenas de miembros de su delegación y de otros tantos empresarios chinos. Aquí, los halcones se transforman en palomas dispuestas a favorecer el libre comercio global y la seguridad de las cadenas de suministros.

         Si Pekín amenaza a Taipéi, en Davos juega la carta del apaciguamiento, quizá también porque, en el segundo trimestre de 2023, el flujo de inversión extranjera ha sido negativo por vez primera desde 1998: invertir en el mercado chino no es un riesgo, sino una oportunidad, afirmaría Li Qiang, aparentemente dispuesto a flexibilizar regulaciones jurídicas menos conformes con las libertades mercantiles. No por eso renunciará China a seguir liderando el proceso de configuración de un Sur global que se distanciaría cada vez más de occidente.

         Pero la situación asiática dista de ser pacífica. A la inestabilidad derivada de los ataques de los hutíes en el Mar Rojo, se une el más reciente conflicto entre Irán y Pakistán, que hasta ahora habían mantenido relaciones más bien estrechas. El propio 18 de enero, Islamabad declaraba haber llevado a cabo ataques en territorio iraní, en respuesta a los sufridos dos días antes en "campamentos rebeldes", según Teherán. Se trata de grupos insurgentes que operan en la zona transfronteriza entre ambos países, que se venían acusando mutuamente de servir de base a grupos rebeldes de nacionalistas baluchis.

         En este conflictivo contexto, se comprende que por ahora Pekín se limite a insistir y presionar a Taiwán, y a subrayar a su favor que el partido del presidente no tiene mayoría parlamentaria. Oculta datos de los sondeos de opinión sobre la identidad de los ciudadanos y, sobre todo, el hecho de que la vida democrática y la alternancia en el poder en la antigua Formosa desmienten la tesis oficial que niega el carácter universal de evidentes derechos humanos, como si fueran una imposición por parte de occidente de una cultura ajena.

 
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