Esclavistas norcoreanos al servicio de la China comunista

Presidente de China, Xi Jinping.
Presidente de China, Xi Jinping.

No hay principio sin excepción. Suelo criticar, al menos interiormente, las noticias que se limitan a lamentar hechos o dichos negativos conocidos poco, mucho o nada: en la práctica contribuyen a difundirlos; me sucede con frecuencia que no me entero –ni falta que hace- hasta leer lamentos en una red social.

Por eso, me autojustifico hoy pensando que puede ser útil dar a conocer hechos tan inhumanos como los relatados por periodistas del The Outlaw Ocean Project, una ONG domiciliada en Washington de la que acabo de tener noticia: https://www.lemonde.fr/international/article/2024/02/26/les-nord-coreens-esclaves-modernes-des-usines-chinoises-de-transformation-du-poisson_6218575_3210.html.

Xi Jinping sigue alardeando —como en su día Lenin o Stalin— de construir un nuevo mundo y un hombre no menos nuevo, libre y feliz, contrario a las supuestas falsías de lo occidental y sus derechos humanos capitalistas. Pero resulta que China compra esclavos a Corea del Norte, para fabricar productos baratos y venderlos al mundo con una competencia desleal. En este caso, además, el género inclusivo debería ser el femenino, porque la mayoría de las víctimas son mujeres: y, por el mismo precio, se incluyen agresiones sexuales.

El reportaje arranca con la gran fiesta de una industria pesquera: hace ahora un año, inauguraba una fábrica de Dandong, en la frontera con Corea del Norte, y celebraba haber multiplicado por dos sus exportaciones de calamares a Estados Unidos. Tal vez comiencen a tener problemas, porque una ley americana de 2017, promulgada a raíz de las pruebas balísticas, sanciona a empresas que importen productos vinculados a mano de obra norcoreana, salvo demostración de que no procede de trabajos forzados.

Una de las razones del éxito de esa entidad china es la mano de obra norcoreana, proporcionada oficialmente por las autoridades de Pyongyang: es también una fuente de divisas, que tanto necesitan por su aislamiento internacional. Según parece, gestiona el plan una agencia del gobierno, llamada “Oficina 39”, que supervisa las actividades en el extranjero, como el contraespionaje y el envío de sicarios, el blanqueo de dinero, el desarrollo de programas nucleares y balísticos y los ciberataques.

Corea del Norte comenzó a enviar mano de obra a China de forma significativa a partir de 2012. Ese año se concedieron visados especiales a más de cuarenta mil trabajadores. El gobierno retiene parte de los salarios para financiar las actividades de la Oficina 39 y conseguir divisas. En 2017, la ONU calculó que el programa reportaba al país entre 1.200 y 2.300 millones de dólares al año. Son más de cien mil y, en Dandong, no menos de ochenta mil.

Se aplica previamente un proceso de selección, que incluye la comprobación de la lealtad política de los candidatos, para reducir el riesgo de posibles deserciones. Durante el posterior período de formación, se les informa de costumbres chinas, “operaciones enemigas” y actividades de agencias de inteligencia de otros países. Las ofertas suscitan gran interés, porque se prometen salarios mensuales de 270 dólares, muchísimo más, con gran diferencia, que tareas similares en Corea. Pero se envía a las familias de las trabajadoras a través del gobierno norcoreano. Ellas sólo reciben en torno al 10%, tras deducciones por manutención, alojamiento, etc., más las retenciones fiscales...

Los contratos son temporales. Pero, cuando llegan a China, se les confiscan los pasaportes. Si no están conformes e intentan escapar o protestar, les amenazan con represalias familiares.

Las instalaciones de Dandong se sitúan en un recinto bien custodiado, que incluye un edificio con seis plantas para dormitorios. En general, se protegen por alambradas de espino y cuentan con la vigilancia de guardas. Los horarios de trabajo son excesivos, con sólo un día de descanso al mes. No faltan bofetadas o puñetazos de los jefes: por no trabajar lo suficiente o desobedecer órdenes.

 

A pesar de signos evidentes, como la presencia de banderas, señales en coreano, uniformes distintos de los trabajadores chinos, etc., empresas y autoridades desmienten todo. Los obreros no pueden cooperar con el trabajo de investigación de profesionales extranjeros, porque se les aplica la legislación contra el espionaje. Y más de una compañía occidental mira para otro lado. Pero el trabajo de los periodistas de The Outlaw Ocean Project parece bien fundamentado.

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