Arcadi Espada y el lector somero

Es divertida la polémica en la que se ha visto envuelto Arcadi Espada a partir de su Making of de Aguirre y su valet. Divertida y descorazonadora. La gente, cuando lee, ¿entiende? ¿Qué, cómo, cuánto entiende? En este caso concreto, el autor ha debido desmontar toda la controversia con la ansiolítica alusión a la ironía. Ah, bueno, bah, era eso. Lo preocupante es que no se haya interpretado así desde el principio. Más que nada, porque no se trataba de una ironía ambigua, de esas que pueden colegirse por precarios factores contextuales o por determinados énfasis sospechosos en el tono. Qué va. Es que estaba explícita en el escueto e iluminador sintagma con el que terminaba el texto: «La antífrasis».

Hay ingenuidades de las que es mejor precaverse. De ingenuo, en ningún caso de mentiroso, cabe tildar a Arcadi Espada si creía que se le iba a comprender por una sola palabra al final, y encima rara. No pocos lectores —incluso los más— debieron de pasar por alto que tras el diálogo, con su atracón de jugosísima carnaza informativa, venía un breve renglón purgante. Y si repararon en él, parece que sólo atendieron a la primera parte: «Y así se hizo». Punto final. Solo que no concluía ahí el texto, sino que precisamente empezaba, por la reinterpretación absoluta que suponía la advertencia antifrástica. Una cosa que fastidia al personal es que le pongan frente a su ignorancia. Otra que fastidia casi tanto es consultar el diccionario. Luego, claro, los mensajes no llegan correctamente y el periodista la lía parda.

Arcadi Espada sabe meterse en berenjenales desde la sutileza. Tiene dos problemas. El primero es que muchas veces no se le entiende. Maneja la argumentación en un plano de complejidad, y con tal maraña de presuposiciones, que hay quien huye de sus artículos como quien pasa página, desbordado, ante un damero maldito indescifrable. El segundo problema es que, cuando se le entiende, suele caer mal. Como no disimula su inteligencia, sino que la manifiesta en bruto —que no a lo bruto—, y además cultiva esa imagen de intelectual-intelectual, con gafitas redondas de alta graduación y barbilla en mano para la pose, tiene cierto pedigrí de repelente que no beneficia la recepción objetiva de lo que dice o escribe. Esté de acuerdo o no con él, a mí suele interesarme su opinión porque nunca parte de la ligereza irreflexiva.

Esta polémica de ahora, y aquella otra, sonada, que tuvo el autor con Javier Cercas, demuestran lo arriesgado que es extremar el optimismo sobre la capacidad de intelección ajena. Ojalá cada finta conceptual, cada envite irónico, cada insinuación ambivalente solo en apariencia tuviesen su interpretación correcta. Todo el que somete sus escritos a la opinión pública está expuesto a que lo critiquen, obvio, pero por favor, antes de decir nada hay que enterarse. Está quien no profundiza, quien se queda a medias, quien al cabo llega a indignarse por algo que nunca se ha dicho. Ese lector somero tiene a Arcadi Espada contraindicado, pero no pasa nada: encontrará por doquier opinadores a la medida de su capacidad o de su esfuerzo.

 
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