Educación diferenciada

Tengo un amigo que lleva tiempo insistiéndome en que la libertad de enseñanza se juega ahora en el terreno de la educación diferenciada, es decir, la existencia de centros escolares sólo para niños y sólo para niñas. Educada durante toda mi niñez y adolescencia en colegio de monjas, esto de la educación diferenciada me suena a vivencias pasadas y asumidas con total naturalidad, sin mayor relevancia. Del colegio al instituto y luego a la universidad, jamás he padecido la educación recibida como una carga discriminante. Y tampoco le he dado más importancia. Para los que rondamos los cuarenta años, los colegios sólo de niños y sólo de niñas forman parte del paisaje normal de nuestra infancia. Tan normal como la implantación ahora mayoritaria de la coeducación.   Me sorprende, por tanto, el artificioso debate que se pretende suscitar en estos momentos sobre si los colegios que sólo tienen niños o niñas en sus aulas –y que, al parecer, existen en la mayoría de países de nuestro entorno-- deben o no ser excluidos del régimen de conciertos económicos. Para sus promotores y defensores, la educación diferenciada es una opción pedagógica más, susceptible de acogerse al mismo régimen concertado de otros muchos centros privados con modelos pedagógicos propios.   Quienes suscitan el debate sobre los conciertos económicos con centros de educación diferenciada podrían haberse quedado ahí, esto es, en la discusión legal sobre las condiciones de acceso a dichos conciertos. Hubiera sido una discusión cargada de contenido, aunque a la postre técnica. Pero oigo a un representante de las corrientes partidarias de retirar el concierto a los centros con educación diferenciada, ir mucho más allá de la discusión sobre modelos de financiación pública de la enseñanza y decir que el problema de fondo no es si se les retira el concierto o no a este tipo de centros, sino si tienen derecho a existir o deben ser cerrados, sobre la base de que la diferenciación que practican es, según este detractor, discriminatoria (se entiende que contra la mujer). En esta argumentación, se asume que chicos y chicas reciben una educación de contenido diferenciado, lo cual no sólo es absolutamente falso, sino también, creo, legalmente imposible. En mi caso, puedo atestiguar que las monjas de La Asunción, en las que me eduqué, me enseñaron por lo menos tanto como lo que aprendieron mis hermanos varones en los Jesuitas. Me resulta imposible pensar que eso haya cambiado a peor y que ahora las chicas dediquen su tiempo escolar a las labores mientras los chicos aprenden integrales.   En cualquier caso, si el debate se mantiene por estos derroteros, tendré que coincidir con mi amigo: lo que está en juego es mucho más que el concierto de un conjunto reducido de colegios.

 
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