Joan Colom narra la vida del Raval con sus imágenes de la Fundación Cartier-Bresson

En el catálogo, presentando la exposición,  Marta Gili, directora de Fotografía de la Fundación de la Caixa, comenta que “evitado por la mayoría  de los ciudadanos de bien en su paseo dominical por las Ramblas, el Barrio Chino de la Barcelona franquista evocaba numerosos estereotipos de la imaginaria católica y del pequeño burgués, apegados al infierno: lugar sórdido, sombrío, maloliente, ocupado principalmente por los chulos, los ladrones y las prostitutas (...) para los adolescentes más turbulentos y sobretodo para aquellos que vivieron como nosotros en las contradicciones del franquismo declinante, lanzarse al descubrimiento del Raval suponía la expresión de una resistencia contra la indiferencia y la resignación”.   Si no me equivoco, cuando Joan Colom tomó esas bellas imágenes del Barrio Chino de Barcelona, Marta Gili era prácticamente un bebé (Barcelona, 1957). Por eso, al leer su texto me ha resultado algo anacrónico respecto al trabajo que presentaba. Me imagino que se lanzó al descubrimiento del Barrio Chino para resistir a “la indiferencia y la resignación” reinante años más tarde.   También es cierto que cada cual tiene su historia y sus propias vivencias. Para mí, el nombre de Franco sólo aparece en la memoria el día de su muerte, y conectado a una conversación con una amiga, de ventana a ventana, regocijándonos porque teníamos tres días de vacaciones.   Poco antes de leer el texto, mientras contemplaba las fotografías de Colom expuestas en la fundación Cartier-Bresson, un periodista de la revista Gazette Drouot (la sala de subastas), me había preguntado: “¿reconoce su país en estas imágenes, le evocan recuerdos?”. Tuve que reconocer que no. Que yo no había nacido todavía, y que debía ser de esos “ciudadanos de bien” que no me paseaba por el Barrio Chino de mi pueblo, o si pasaba no me enteraba. “Sin embargo”, le dije, “estas fotos sí que me resultan muy familiares, pero porque me recuerdan a las prostitutas que veo aquí en París. Atravieso con frecuencia el Bois de Boulogne, y ahí están día y noche paseando o aparcadas en sus furgones, jóvenes y viejas, flacas y gordas, frescas y ajadas por la usura del tiempo”.   El mérito de Joan Colom no es el de fotografiar la protitución. Es el de haberse enamorado de un barrio marcado socialmente y sus gentes. Como él mismo cuenta, se convirtió en un habitual, en uno más de los personajes que pululaban por aquellas calles. El iba con  la cámara en la mano, sin llevársela casi nunca a los ojos, para que nadie supiera que estaba fotografiando. La práctica le había llevado a adquirir una gran destreza para captar esas imágenes que él había descubierto mientras que los que le veían clavado en una esquina se preguntaban si alguien le había dado un plantón. Luego, en su laboratorio escogía, encuadraba y guardaba. Dejando así para las generaciones futuras un valiosísimo documento fotográfico y sociológico de un barrio que hoy ya no existe.

 
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