Unos dulces de Ladurée alivian las penas tras contemplar la imagen de María Antonieta en el cadalso

Sucede como en las horas puntas del metro, y encima esperar cola sin posibilidad de avanzar porque todos los puestos de visión, sea el objeto que sea, están ocupados. El colmo de los colmos llega cuando, tras un suspiro de satisfacción por haber logrado un primer objetivo, alguien decide interponerse entre el observador y la pieza codiciada.

Los visitantes a duras penas pueden seguir la tragedia de la reina contada en tres actos: el universo casi irreal de su infancia y la llegada en pompa a Versalles cuando no tiene todavía 15 años; los delirios del Petit Trianon, donde Maria Antonieta recrea una y otra vez su entorno decorativo; y el descenso a los infiernos, convertida en objeto de burla y escarnio, criticada por la frivolidad de sus gastos faraónicos.

Al fondo de un pasillo oscuro, un pequeño dibujo realizado el 16 de octubre de 1793. Han sacado a Maria Antonieta de prisión. Son las 11 de la mañana. La reina, con una camisola blanca y un gorro, las manas atadas a la espalda, es llevada en carreta hasta la guillotina levantada en la plaza de la Concordia. El pintor David refleja con unos simples trazos la última imagen de Maria Antonieta, digna, consciente de que es su última hora.

La desolación que produce esta imagen desaparece casi de inmediato a la vista de la carroza de la pastelería Ladurée, colocada en el interior del museo, que ofrece a la venta sus deliciosos pastelitos “macaron”, incluido el macaron a la rosa, rebautizado “Marie-Antoinette”.

 
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