Moscú utiliza a Madrid para vengarse de Nueva York

Quién nos iba decir a los españoles –que siempre fuimos el hazmerreír del mundo en el escenario de la Guerra Fría- que década y media después de la caída del muro íbamos a convertirnos, por unos minutos, en actores pasivos del enfrentamiento entre las dos grandes potencias.

Gracias a Dios, nací en tiempos democráticos y no tuve que vivir bajo el manto del deplorable dictador, pero me imagino que, en aquellas décadas, Franco debía ser en la escena internacional lo que hoy es Tamara en el mundo rosa de nuestro país. Geográficamente en occidente, en una zona del mundo donde la democracia y las libertades estaban más que consolidadas, un señor con bigotes se dedicaba a hablar de conspiraciones judeo-masónicas y otras muchas excentricidades. Al liberal inglés o al ilustrado francés de la época, escuchar los discursos de Franco les debería producir la misma hilaridad que a nosotros nos causan actualmente los mensajes de Castro, las ocurrencias de Chávez o las extravagancias de Gadafi.

Para el bloque del Este fuimos un país digno de toda su indiferencia y para el bloque del Oeste éramos –como bien supo expresar Fraga- “different”, algo así como un bufón, un paraíso de costas cristalinas, barato e ideal para correrse juergas. Por supuesto, nuestro posicionamiento geográfico estratégico también era muy útil para las tropas norteamericanas, y de ello supieron sacar partido integrándonos, de alguna manera, en el mundo internacional. Las risas que se debieron echar a nuestra costa en Bruselas cuando el caudillo manifestó su deseo de entrar en las Comunidades Europeas debieron ser antológicas.

Pues ayer en Singapur las cosas cambiaron, y aunque quince años más tarde, fuimos útiles para la antaño metrópoli soviética, un arma arrojadiza contra el enemigo capitalista. Para asombro de todos, Madrid arrasó en la segunda votación con 32 votos. La explicación es sencilla: Moscú acababa de ser eliminada en la ronda anterior y los votos rusos y filorrusos debían servir para pegarle una patada en la espinilla de Nueva York.

Así ocurrió: después de que la primera votación había vislumbrado el equilibrio de fuerzas, Moscú decidió apostar por el rival más inmediato de Nueva York, Madrid. Sólo así se explica que en la segunda votación la capital española pasara de 20 a 32 votos, y en la tercera quedáramos en última posición. Una vez eliminada Nueva York, los rusos daban carta blanca para que los suyos rompieran con la disciplina de voto. Ya daba igual, la misión estaba cumplida a plena satisfacción.

Decepcionante la jornada de ayer para Madrid, aunque por unos minutos, y gracias a esta pequeña reedición de la Guerra Fría, España pudo brillar con luz propia en el enfrentamiento bipolar. Gracias Moscú y gracias Nueva York por contar con nosotros, por utilizarnos, aunque sea con unas cuantas décadas de retraso.

 
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