Repugnantes silencios

A veces parece que ya lo has visto todo. Te duermes. Te descuidas. Y de pronto, cuando menos te lo esperas, te despiertas de la pesadilla de la monotonía con alguna noticia, al menos, llamativa. Entonces pierdes el tiempo en meditar las cosas que no tienen demasiada explicación. Y decides contarlo para ver qué piensa el resto del planeta. Me refiero a la parte pensante, que escasea.   Los Rolling Stones. O The Rolling Stones para los quisquillosos. Ya saben. Estandartes del rock internacional y premio Transgresores de Oro desde hace la tira de años. Sus Majestades malísimas y todo eso. Bueno, claro y sus impecables composiciones llenas de lo que hemos llamado “rock” durante años. Que es lo que verdaderamente merece la pena y lo que quedará para la historia de la música universal.   Los chicos –les dedico la ironía- han decido pasarse por la China comunista para ofrecer sus encantos en directo. Un concierto en Shanghai ante ocho mil almas eufóricas. Pero como el tema de las libertades no está nada extendido en determinados países, Sus Majestades buenísimas, es decir, las autoridades gubernamentales de la China, obligaron a los viejísimos padres del rock a eliminar determinadas canciones de su repertorio. Censura en el siglo XXI. Porque no fue un consejo –como algún periodista español ha comentado con asombrosa naturalidad-, fue evidentemente una condición imprescindible para llevar a cabo la actuación.   Keith Richards, que es un cachondo mental, dijo que quizá tocarían esas “canciones prohibidas” en versión instrumental. Pero vamos, que entre risas y miradas despistadas, los señores más transgresores del mundo se dejaron moldear a gusto por las autoridades chinas. No sé si a regañadientes o completamente felices. Tampoco me importa demasiado el hecho, sinceramente, si no el fondo de la cuestión.   Me preocupa, por ejemplo, el silencio. En el siglo XXI la imagen de esa lejana China es para mí exclusivamente silencio. A veces terror, a veces algunas buenas noticias, que nos llegan afónicas y calladas. No es de extrañar esta ausencia informativa y esta complicidad canalla de buena parte del mundo occidental si hasta los abuelos del rock internacional, del idioma musical transgresor por etiqueta y excelencia, miran para otro lado y asienten a la pretensión de cualquier gobernante censor. Tampoco es la primera vez que lo hacen.   Es triste que ya no se pueda confiar ni en los Rolling Stones. Es triste que los eternos antitodo, esos que ven falta de libertades en cualquier actuación que no es de su cuerda, todos los que creen que el mundo se divide en dos partes –las de los buenos y la de los malos-, esa panda de artistas soporíferos que pueblan la tierra dispuestos a dejarse la vida por lo que ellos llaman libertad –cada uno puede hacer lo que le de la real gana y el de enfrente que se aguante-, todos y cada uno de esos hipócritas, una vez más, permanezcan en silencio. Y lo hacen porque no tienen respuesta a la falta de libertades cuando ese autoritarismo viene de su propio lado. Y en su sonrisa se adivina la mirada velada del cómplice y la impertinente recogida de hombros ante la víctima. Permanecen callados esperando que mañana nadie hable de esto. Embutidos al vacío para no contagiarse del aire de la libertad verdadera. La libertad con responsabilidad. La libertad con respeto al prójimo. La libertad con justicia.   Y la quietud que nos llega tan definida desde algunos lugares del mundo no es de paz. No es sigilo. Es sólo un silencio repugnante. Y a los Rolling Stones, a quien nadie les niega sus méritos artísticos, muchos les agradeceríamos que se tragasen esa estudiada imagen transgresora y cambiasen sus vestidos de lobo para mostrar bien la lana que asoma por debajo.   Que al final las historias se deforman y las personas se mitifican, pero la realidad termina brillando.

 
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